Diario del coronavirus (4)

Rick Deckard (Harrison Ford) estaba en noviembre de 2019 en el restaurante ‘The White Dragon Noodle Bar’ de Los Ángeles cuando le comunican que había aparecido un problema. Así comienza ‘Blade Runner’. En la realidad, el problema surgió concretamente el 17 de noviembre de 2019 en un mercado de Wuhan, China. La película protagonizada por Ford es una distopía de ficción muy celebrada. Ahora vivimos la más paralizante que se haya conocido fuera de tiempos de guerra. Coinciden la fecha y el ambiente oriental, nada más. Estéticamente la realidad es menos efectista, pero más profundamente impactante: calles vacías en contraste con hospitales al borde del colapso.

 

La película de Ridley Scott –o su secuela de 2017– puede entrar en el amplio catálogo que circula estos días para entretener el ocio del confinamiento. Aunque supongo que la mayoría busca entretenimiento más ligero, pura evasión y comedia. Con las noticias ya tiene suficiente. Sobre todo cuando ya lleva dos o tres semanas de encierro y acaba de saber que todavía queda otro tanto para salir.

 

Salir. Además del aplauso de las ocho de la tarde y de las visitas al supermercado, entre temerosas y clandestinas, esta nueva vida ha traído otra cita. La hora del reparto de las compras por Internet. Todos apareciendo, de repente, para recoger el paquete, saludar desde la distancia (“¿Todos bien?”) y volver a casa. Y entonces repetir el proceso de desinfección. A estas alturas ya no hay crema que recupere la piel seca de las manos después de tanto jabón.

 

Y la más esperada, a riesgo de llegar a convertirse en una sucesión de compromisos interminables. Las citas con familiares y amigos utilizando las aplicaciones de videollamada en grupo. Después de estos días parece que ya un poco más organizadas. El sonido solo circula en un sentido y por lo tanto no se puede hacer como en las tertulias de la radio o la televisión, hablando todos a la vez. Aunque estas nuevas costumbres plantean también nuevas situaciones. Si quedas con los amigos para tomar una cerveza o un vino a través del móvil, ¿hay que vestirse como si quedaras con ellos a cenar? En esta situación, plantearse esto resulta frívolo, pero tampoco parece educado aparecer en pijama, ¿no?

 

Otra terapia recurrente es fantasear con la salida. Pero, ¿cómo imaginar el mundo y la vida cotidiana después de esta pandemia?, después de haber visto cómo se encerraba de repente medio mundo y se paralizaba todo mientras se contaban las víctimas por miles.

 

Más investigación y redes de alerta sanitaria. Más inteligencia artificial y big data. Más teletrabajo. Menos globalización, duplicación de proveedores. Pero será verdad que el turismo cambiará radicalmente, o las concentraciones de gente en fiestas, conciertos, estadios, en teatros.. ¿en bares? Será esto capaz de cambiar una de las señas de identidad más arraigadas, el contacto social en restaurantes, en las barras de los bares, en la calle.

Bueno, si cada dos por tres hay que llevar mascarilla, aprenderemos por fin a utilizarla, como hemos aprendido a lavarnos las manos. Y surgirán mascarillas de diseño, para distinguirse, divertidas o diferentes cada temporada.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

@AngelM_ALONSO