Miro, entre curioso y ensimismado, los primeros brotes en las plantas de la terraza. Después de unos días espléndidos de primavera vuelve el frío. Casi mejor, iniciando la segunda semana de encierro. Y mi familia la tercera, excepto unas breves escapadas al supermercado. Repaso la última comparecencia del presidente del Gobierno. Después de varios días preparando a la opinión pública con rumores, y de intentar solventar las discrepancias dentro del gabinete, anunció el endurecimiento del confinamiento: solo podrán salir durante las dos próximas semanas los trabajadores de servicios esenciales. Sanidad, suministros, medios de comunicación… En una confusa explicación dijo que se considerará un permiso retribuido recuperable. Qué alcance tiene esto y quién trabaja a partir del lunes se convierte en la gran incógnita durante todo el fin de semana.
Al volver a verlo, resalta más su estudiada intervención. Entre compungido y doliente, Pedro Sánchez lee las frases del manual del liderazgo en tiempos de crisis. Su imagen pulcra contrasta con la que proyecta el portavoz de la comisión técnica, un aparentemente desaseado Fernando Simón, que hace dudar si es para provocar una reacción de lástima o, su progresivo aspecto demacrado, es solo consecuencia de haberse convertido en la diana de todos los errores de gestión de esta pandemia. La respuesta salta unas horas después al dar positivo en la prueba de coronavirus. Si se confirma, una víctima más: ¿la cara de la lucha contra la pandemia, contagiado? Demasiadas malas noticias en el inicio de esta semana decisiva.
Y dos más de confinamiento total. Quieren evitar que sigan incrementándose los contagios en estos quince días en los que se espera que los hospitales -y sobre todo las UCI- alcancen el máximo de ocupación. Y tratar de cortar la tentación de salir de vacaciones, un incremento de desplazamientos coincidiendo con la Semana Santa que desbarate lo conseguido durante las dos semanas pasadas.
Qué lejos quedan los planes de vacaciones. Ahora, como mucho, se aspira a salir a comprar el pan o la fruta, y con cierto sentimiento de estar haciendo algo clandestino. Y vuelta al encierro. Al teletrabajo, esa fórmula que nos parecía tan moderna y liberadora y que ahora se ha convertido en un suplicio interminable. Una impresión que nos hace olvidar todas las posibilidades tecnológicas que tenemos al alcance de la mano.
Mientras tomo conciencia de que formo parte de los servicios esenciales recibo al menos una buena noticia. Uno de los amigos internado por coronavirus ha recibido el alta, pasará en casa las dos semanas de confinamiento. Solo hemos intercambiado mensajes, para preservar la intimidad. Lo ha pasado mal. Qué tiene este virus que se lleva por delante a los mayores, y a la vez machaca a personas jóvenes perfectamente sanas mientras otras ni lo notan. Ahora tendrá que reorganizar el piso: hacerse una especie de apartamento estanco separado del resto de la familia y recuperarse mientras intenta que la empresa no se vaya a pique.
Con su mensaje de alegría me encuentro en el móvil otro montón de ocurrencias, avisos de estafas, mensajes de aburrimiento… No me da el tiempo para ver todo lo que llega. Entre ellos el vídeo que me mandan de Astorga, del hospital San Juan Bautista. No son los ancianos más animosos que he visto, pero ahí están aguantando. Y leo aquí mismo que ya hay más de 300 afectados detectados en la zona. Era lo que le faltaba a una comarca, una comunidad, que se estaba convirtiendo en un asilo.
Solo queda confiar en los sanitarios, cumplir las normas a rajatabla… e ir adquiriendo con resignación o, mejor, con la mejor disposición posible, las nuevas rutinas, van a estar con nosotros una temporada.
Ángel M. Alonso Jarrín
@AngelM_ALONSO