Diario del coronavirus (12)

Ponerle número a este diario me ayuda a saber cuánto tiempo llevamos con esta vida de cartujos laicos. Aunque en Sanidad también deben ser de letras, no le salen los números. El cambio en el modelo de contabilidad ha llevado al desconcierto total. Llevamos una semana sin poder saber el ritmo de los contagios registrados, ya no digamos el de los reales. Tampoco la cifra de fallecidos. Más aún, se tiene ya admitido que los datos que se dan no son ciertos: solo se apuntan en el “total de fallecidos” las muertes que tengan fecha de defunción del día anterior, pero si se retrasa la comunicación ya no se incluye en la lista. El dato alternativo es que desde marzo, sin prácticamente víctimas de tráfico –por ausencia de circulación­– se han producido más de 40.000 muertes por encima de los registros para estas fechas. Desolador. Lo único bueno es que, se cuente mejor o peor, parece que ya es difícil que la covid-19 cause la muerte, provoca trastornos controlables, incluso leves.

 

Dejando los números, voy a las letras. Escucho jugar al pádel y me intereso por las nuevas normas de desconfinamiento en la urbanización. Me alegra que se pueda volver a hacer deporte, pero resulta que no se puede estar en el jardín, ni tomar el sol, ni leer, ni nada. Los administradores de fincas han interpretado por su cuenta el BOE y han decidido que no se puede andar por los espacios comunes… pero sí se puede hacer deporte, hasta diez personas, aunque sean de fuera de la urbanización. Pero no solo han abandonado el sentido común los administradores. Resulta que si sales a pasear andando o en bicicleta tienes que hacerlo a unas horas determinadas, las debatidas franjas. Pero si vas al bar, a reunirte sin mascarilla con los amigos o quien te parezca, puedes hacerlo a cualquier hora. No tengo yo nada en contra de hacer deporte o ir al bar, más bien todo lo contrario, pero no parece que tenga mucha lógica.

 

Con la llegada del verano tratar de establecer normas de distanciamiento va a resultar imposible, a la vista de lo que ya sucede en las calles. Y en vacaciones, con las ganas que se tienen de olvidar la pesadilla, más todavía. Van a ser un ejercicio de amnesia colectiva. Esperemos no despertar sobresaltados cuando llegue el otoño y nos encontremos con los problemas para reanudar las clases, las cifras de paro al no reabrir muchas empresas y el riesgo de una nueva oleada de coronavirus.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

Print Friendly, PDF & Email