Astorga es, de nuevo, centro de atención por una doble vertiente, a saber, la serie de actos por el Bicentenario del Regimiento del Zar Alejandro compuesto por unidades españolas a su paso por la ciudad, y por ser el lugar elegido por el Partido Popular de León como concentración de apoyo al papel de las diputaciones provinciales en el conjunto de administraciones públicas de España.
Quien no quiera ver esta realidad, esta ascensión en el panorama mediático y del rol que nuestra ciudad había perdido y que, poco a poco, va recuperando gracias al buen hacer, excesivamente humilde y callado de su alcalde, Arsenio García, reforzado recientemente por el PAL de Pablo Peyuca, es que no se merece entonces ser digno de tener la condición de astorgano. Existe un pequeño grupo de no más de doscientos ciudadanos que, escudándose en la libertad de expresión y la cooperación de comisarios afines intentan silenciar, ensuciar y ocultar la aplastante evidencia: Astorga va cobrando vida en la pluralidad positiva del trabajo diario.
Fue hace casi dos siglos cuando frente al absolutismo y el centralismo, herederos del localismo de los municipios y fueros diferenciadores de una España diversa pero de un único Estado-nación, cuando las Diputaciones han sido el instrumento más eficaz para la defensa y gestión de los intereses de los ayuntamientos más pequeños frente a las capitales de provincias y las grandes urbes industriales que iban levantándose.
En la reciente Transición el modelo propuesto desde la izquierda ha sido el del autonomismo cuanto más poderoso mejor enfrentado al poder central. Madrid cuanto más vacío de contenido y poder por arriba con Europa, y por abajo por las autonomías, mejor. La derecha sin embargo ha creído siempre y apostado por los órganos provinciales como acercamiento de la administración pública al ciudadano y garante de la singularidad de las comarcas que componen las múltiples provincias de España. De hecho, el refuerzo de servicios básicos como agua, luz, carreteras secundarias, servicios sociales…Son posibles gracias a los esfuerzos y recursos del ente provincial. Ha quedado demostrado que las administraciones regionales, más en nuestra Comunidad por su tamaño, salvo en las uniprovinciales que se han reconvertido en diputaciones con un estatus quo más elevado, siguen siendo distantes de cara al mundo rural y nuestra particular idiosincrasia.
Cierto es que la degradación de las diputaciones en cuanto al posible centro de amiguismo, clientelismo o pequeños reinos de Taifas provinciales tiene que adoptar medidas correctoras. En León sabemos mucho de esto. Pero ello, en sí mismo, no socava la esencia real y la necesidad del papel de la propia Diputación de León, garante de la cultura leonesa, sus tradiciones, sus pueblos y sus gentes.
Desde la montaña de Picos de Europa, pasando por los verdes y fértiles montes bercianos, hasta la llanura de la meseta central de Tierra de Campos, León es en sí mismo un reflejo de la diversidad geográfica, cultural y económica del noroeste peninsular. No olvidemos, fuimos durante casi mil años centro del reino cristiano, germen del mayor imperio europeo. Hasta los comuneros estarían a favor de las diputaciones. La historia política así lo demuestra.
El editor