Desmemoriados

Cualquier momento es bueno para nacer, pero hay épocas privilegiadas. En este sentido algunos hemos tenido mucha suerte. Nacimos a los pocos años del fin de la guerra civil y vivimos veintitantos años del franquismo, hasta la muerte de Franco. Por experiencia, por haberlo vivido, sabemos distinguir las cosas buenas y las cosas malas de aquella época. Cosa que no ocurre con la mayoría de la gente joven que no tienen ni idea cuando hablan del pasado. Durante aquellos años el comportamiento de la mayoría de la gente era ejemplar, en todos los órdenes. Nada que ver con el caos creciente de nuestra sociedad. El hecho de condenar la dura represión y la falta de libertades del Régimen tampoco debería empañar el reconocimiento de las conquistas sociales o las obras públicas que hicieron posible el milagro español.

Los que vivimos en aquella época tuvimos la oportunidad, y la ejercimos, de criticar la falta de libertad, cuando todavía vivía Franco y hasta nos pudo costar algún disgusto, mientras que otros que decían a todo que sí, empezaron a volverse antifranquistas cuando ya había muerto. Precisamente porque la memoria nos permite recordar aquellos tiempos podemos permitirnos el lujo de hacer estos comentarios.

Esa misma memoria la hemos podido refrescar durante estos días con ocasión de la muerte de Adolfo Suárez. A veces damos por supuesto que todo el mundo recuerda la época de transición, pero para la mayoría de los estudiantes de Secundaria e incluso universitarios Adolfo Suárez o incluso Felipe González son personajes tan lejanos como lo pudieran ser para nosotros Cánovas o Sagasta, de los cuales sabemos poco o más que el nombre.

Esta falta de conocimiento lleva consigo también una falta de perspectiva y podemos decir que en parte el desconcierto y la desorientación de la sociedad actual viene de esa falta de conocimiento de la historia reciente. Probablemente nuestros jóvenes son incapaces de entender cómo es posible que en tiempos no muy lejanos se pudiera vivir sin ordenador, sin teléfono móvil, o sin WhatssApp… o sin televisión. Y acaso no comprendan que lo  normal era estudiar, ir a misa los domingos, confesarse, defender la vida humana en todas sus etapas, valorar el matrimonio…

Coincidiendo con la muerte del gran Adolfo Suárez, están teniendo lugar en España una serie de movilizaciones y protestas que nada tienen que ver con el legítimo derecho a la libertad de expresión o de manifestación.  ¡Qué contraste tan enorme! Aunque sea una minoría, es preocupante esta proliferación de la violencia y de la demagogia. Está claro que quienes promueven y protagonizan este tipo de conductas desconocen el llamado espíritu de la transición o lo que significa la caída del Muro de Berlín. Ha tenido que morir Suárez, después de varias décadas primero de marginación y después de silencio obligado, para que muchos descubran que la democracia ha llegado a nuestra nación y que los españoles habían decidido vivir en paz y concordia.

Los que tuvimos la suerte de vivir en aquellos años éramos conscientes de ver cómo España iba encauzándose bajo la guía de un hombre honrado, hábil y prudente. Y  no entendíamos aquella oposición tan cruel y encarnizada tanto por parte de la oposición como de los propios compañeros de partido. Las cosas iban bien encauzadas desde todos los puntos de vista, incluido el económico, con los pactos de la Moncloa. Se hizo una Constitución en la que todos tuviéramos cabida. Se firmaron unos acuerdos ejemplares entre el Estado Español y la Santa Sede… Pero había que arrebatarle el poder como fuera. Y como no estaba aferrado al sillón, pensando en el bien de España, renunció a él. Cosa insólita en estos tiempos. Y dio paso a otros…

Me sorprendió la aparición estos días de un artículo de Zapatero, con ocasión de la muerte de Suárez, elogiándolo por su buen hacer durante la transición a la democracia. Tiene toda la razón, pero olvida que él ha hecho mucho daño, rompiendo este espíritu de concordia, reabriendo heridas y divisiones.

Suárez, al igual que Felipe González, deben mucho a la Iglesia. Se puede decir que ambos se forjaron en la Acción Católica. En aquellos momentos de falta de libertad la Iglesia era un ámbito en el que se podía hablar. Es obvio que la Iglesia jugó un papel muy importante en el paso a la democracia, especialmente a través de la Acción Católica y de las Juventudes Obreras Católicas. Ambos ex presidentes siguieron distintos derroteros en el campo de la fe, pero cada uno en su momento han sabido comportarse con la Iglesia. Por eso no entendemos ese anticlericalismo rancio y anacrónico, ese laicismo beligerante de nuestros días.

Suárez fue víctima del Alzheimer, pero hay un Alzheimer mucho más preocupante, una falta de memoria de peores consecuencias que padece o puede padecer nuestra sociedad española.

 

 

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