Tras varias semanas alejado del altar de la Basílica de La Encina de la que es rector, el párroco Antolín de Cela se muestra convencido de que la pandemia provocada por el coronavirus Covid-19 servirá como “cura de humildad” para una ciudadanía convencida de que “la ciencia, la técnica y los recursos económicos pueden comprar la felicidad”. “Un simple virus aparentemente inocuo puede haber ganado sin armas la Tercera Guerra Mundial”, advierte el responsable del principal templo de Ponferrada.
¿En qué ocupa los días de confinamiento?
Diariamente en celebrar privadamente la Eucaristía, rezar el breviario y a la tarde el Rosario a la Virgen de la Encina pidiendo por todos mis feligreses. En mis devociones piadosas todavía me acuerdo de rogar a San Roque, ante quien los ponferradinos hicieron un voto de villa como intercesor en la peste de 1576. También reservo tiempo para leer, tocar el piano y solucionar por teléfono algunos problemas del Hospital de la Reina, del Hogar del Transeúnte y del Comedor Social, que está funcionando a pleno pulmón. Además, he tenido que acudir al cementerio de Ponferrada para enterrar a ocho personas.
¿Cuál es la cosa concreta que más echa de menos de cuando se podía salir a la calle?
El contacto personal con la gente. Especialmente con los mayores y aquellas personas que acuden diariamente a la Eucaristía y para quienes esa celebración supone el sentido de su vida. También el roce con las familias, amigos y conocidos. Y especialmente con los niños y adolescentes. que en las catequesis todo lo llenan de alegría.
En el ámbito más interno o personal, se tiene más tiempo para pensar. ¿Qué reflexiones le pasan por la cabeza con la situación actual?
Qué profunda la soledad de algunos ciudadanos que conozco, que un día se acostaron con un poco de catarro, se levantaron con síntomas de coronavirus, ingresaron en el hospital y fallecieron sin que nadie pudiera acompañarlos. Sin ni siquiera poder vestirlos, fuera de despedida alguna, les acompañé en el cementerio enterrándoles, con tres personas en la distancia. Si soledad significa desamor y abandono de los otros, el ser humano no está hecho para la soledad.
Una crisis así puede suponer una catarsis. ¿Qué cosas debemos cambiar después de esto?
Superar una sociedad rota donde el dinero corre sin poner coto a las crisis económicas y donde el poder político sin mayorías siempre es inestable. La muerte de Dios nos hunde en un recalcitrante materialismo y nos lleva a exprimir la vida desde la insatisfacción hedonista. Debemos abandonar una cultura de ambigüedad que nos enseña de dónde venimos pero no a dónde vamos, sujeta a constantes cambios que se viven con miedo y reorientar la propia vida hacia lo que realmente importa: Dios y los hermanos.