Los componentes del equipo de Silván aún andan por las calles como zombis. Desconcertados. No acaban de comprender qué ha pasado. Estaban preparados para perder por la mínima y al día siguiente negociar con Mañueco. Ese era el plan B. Bendecido en Génova por Cospedal, Maillo, Mañueco y Eduardo Fernández, sí, el presidente del PP leonés. Todos ellos sabían que Silván tenía pocas posibilidades. El aparato de Madrid es mucho aparato, incluso para el soberbio Herrera, quien jugó a ser dios en su partido y creyó que de una de sus propias costillas podía engendrar a su sucesor. Y así eligió a Silván y le empujó como un cordero al matadero. Ahora Herrera pide oxígeno a Mañueco y le ruega que integre.
Pero el salmantino, desde el barroco balcón de su Ayuntamiento que da a la suntuosa plaza mayor, se ve crecido, omnipotente. No ha ganado, ha arrasado. Y con tanta diferencia se ve libre de pactos y componendas, aunque éstas se hayan fraguado en Madrid. Es posible que no atienda los ruegos de Herrera y que no sea generoso con Silván. Aunque lo inteligente sería integrar a Silván en su equipo para tenerlo controlado, vigilado y con las manos atadas. Como un rehén. Al enemigo, mejor tenerlo a tu lado. Ya se verá en los próximos días.
Volvamos a León y a los zombis. ¿Qué ha pasado?, pues que en el seno del PP hay mucho rencor acumulado y un enorme deseo de venganza por las malas formas utilizadas en la reorganización del partido tras el asesinato de Isabel Carrasco. Concejales del anterior alcalde, Emilio Gutiérrez, se la tenían jurada a Silván. No se pueden condenar a equipos enteros al ostracismo sin que eso tenga un coste. Y, ya se sabe, la venganza es un plato que se sirve frío. Y los antiguos concejales, sus equipos, familiares y amigos ejecutaron los planes de venganza, aprovechando que por una vez el voto en el PP era secreto. Un afiliado, un voto. Para bien y para mal.
Y con los antiguos diputados provinciales pasó lo mismo. También tenían sed de venganza. Es la única manera de explicar los pocos votos que ha obtenido Silván, por ejemplo, en El Bierzo. En algunos pueblos ha obtenido un cero patatero, sí, cero votos. En otros, como en Bembibre, sólo fueron a votar cinco militantes. Los resultados de las urnas instaladas en los pueblos no se han hecho públicos. Son tremendos y significativos.
Conclusión: el PP leonés está roto. Los carrasquistas, que suponen un 25% de la militancia, han ejecutado su venganza, pero, ojo, ahora viene el congreso provincial del PP y los oficialistas esperan devolver la jugada. Tierra quemada para los últimos restos del carrasquismo. Y dos personas aglutinan los deseos de venganza: el presidente y diputado nacional Eduardo Fernández; y el senador Luis Aznar.
El propio Fernández confiesa que se ha dejado muchos pelos en la gatera de este proceso interno de primarias. Tiene asumido que su tiempo como líder del PP leonés se acaba. Ya sólo faltaría que Mañueco le hiciese un hueco en su equipo. Sería como señalarlo definitivamente como el traidor. Fernández tiene que asumir el caos con los censos, las colas para votar en la sede y la omnipresencia consentida de los numerosos interventores que Mañueco envió a León. Ejerció una absoluta falta de liderazgo y mando.
Y Luis Aznar es el perejil de todas las salsas desde siempre. Lleva un flotador adosado a sus bien visibles ya michelines. Pero su suerte ya ha cambiado. Junto a Fernández pudo enderezar el caos de la sede en la tarde electoral, pero prefirió no mojarse. Y ahora todos le señalan como uno de los máximos culpables de la debacle silvanista.
Pero por encima de estas situaciones y nombres, el auténtico responsable político de la hecatombe de Silván se esconde detrás de la lucecita que alumbra por las tardes ese frío y enorme despacho de techos altos del Colegio de La Asunción de Valladolid.