Debate

En el año 2001, Mariano Rajoy era Ministro de Interior. Aznar, que ya había decidido que sería su sucesor, quiso darle un poco de fuste después de su anodino paso por los Ministerios de Educación, Cultura y Deporte, de Administraciones Públicas y de Presidencia.

En una sesión de control al Gobierno, en el Senado, debía responder a una pregunta del senador Juan Barranco sobre la explosión de un vehículo en la plaza de Colón, en Madrid.

La pregunta era incómoda, el debate fue tenso y el ministro perdió los papeles. Contestó de forma airada, y terminó con un sonoro “hay preguntas que son lamentables”.

Dicho esto, apagó –creyó que apagaba– el micrófono, se sentó y soltó un “a tomar por culo” que oyó todo el mundo.

Han pasado casi catorce años, Rajoy sigue en la poltrona (la de ahora un poco más mullida), pero las formas no han cambiado:

Mariano Rajoy, que es un tipo afable en la distancia corta, cuando lo ponen contra las cuerdas, se convierte en una persona crispada  –no hay más que ver las fotografías del debate del pasado martes– capaz de decir las mayores inconveniencias, de las que,  seguramente, se arrepentirá cuando se haya posado la cólera.

¡Tantos años en política y qué poco ha aprendido!

¡Treinta y cuatro años dedicado a la “cosa pública” y aún no se ha enterado de que hay ciertas líneas que no se pueden traspasar!

En el debate  del martes, insultó a unos, ninguneó a otros, y trató con paternalismo a alguno. Y se equivocó. Y perdió de forma clamorosa un debate que, por cierto, interesa un carajo a la inmensa mayoría de los españoles, más preocupados por cosas más serias que ver cómo unos señores y señoras se esfuerzan en arrancar el aplauso de los suyos en un teatrillo que se repite año tras año.

Una representación en que, los personajes son siempre los mismos: El Califa, el que quiere ser Califa en lugar del Califa, la Mosca Cojonera, la Ratita Presumida, Patxi, el  Caganer y tres o cuatro figurantes. Lo único que cambian son los actores, que se van renovando a medida que van envejeciendo.

Cada uno cumple su función y ha de tener la consideración del resto, porque todos son necesarios; porque se complementan.

Pero el Califa, por lo que se ve, no se ha enterado.

¡Ay, Mariano!

 

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