Debate

Quien más, quien menos, todo el mundo ha hablado del debate en Antena 3  entre los candidatos de los cuatro principales partidos políticos.  No hay acuerdo sobre quién ganó: Para unos ganó  Rivera, aunque estuvo muy nervioso la mayor parte del programa. Para otros, ganó Iglesias, que se pasó el tiempo repartiendo estopa, sobre todo, a Pedro Sánchez.

Este último fue el ganador para otro sector de la población, por sus propuestas concretas y por su moderación, quizá  excesiva.

En lo que sí hubo unanimidad fue en señalar al perdedor: Mariano el Ausente, que delegó en su número dos, la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría. Algo así como si yo tuviera que ir al dentista y enviara, en mi lugar, a mi vecino, que  a mí me acojona mucho el torno.

La actitud del presidente en funciones  es tan particular y sorprendente, que sólo se me ocurren dos razones para explicarla: No asistió al debate por miedo al fuego cruzado de sus contrincantes, o por chulería, por desdén hacia sus rivales, a quienes considera tan poca cosa que no merece la pena perder el tiempo con ellos. Yo, personalmente, me inclino por la primera: le faltó cuajo para debatir con quienes aspiran a sucederle, previendo la que le podía caer encima.

Quizá no consideró  que le puede pasar lo mismo que al Real Madrid de sus amores, que fue eliminado de la competición por alineación indebida.

A donde sí perdió el culo por asistir, es a ese programa un poco  antiguo, un poco casposo, un poco hortera (a mí me lo parece) conducido por Bertín Osborne, un tipo amable y educado que lo acorraló con peguntas tipo ¿Y sacabas buenas notas en parvulitos? O ¿A qué edad hiciste manitas por primera vez?

Todo ello dicho con una dulzura absolutamente empalagosa. Sólo les faltó besarse.

Y así, nos enteramos de cosas de gran importancia, como que  tiene un hermano que fue compañero de pupitre de Zapatero en un colegio de monjas, o que se dejó barba para tapar las secuelas de un accidente.

Aunque si me dejan elegir, me quedaría con dos momentos excelsos:

El primero, cuando el Presidente del Gobierno  de España (en funciones) confesó que no tenía ni idea  de cómo se encendía una cocina. El segundo, cuando  aseguró que prefiere que su hijo sea del PSOE a que sea hincha del Barça. Los dos sirven, perfectamente, para dar la medida de la talla intelectual del personaje.