En mis años de instituto me sobrevino la primera desilusión amorosa: me había enamorado de una persona que me parecía maravillosa: su sonrisa, su forma de hablar y de colocarse el pelo tras la oreja… en fin, ¡qué les cuento que no alcancen a imaginar! Y aunque veía que tenía algunas actitudes feas con compañeros de clase, yo todo lo disculpaba, sin duda atrapado en el desequilibrio hormonal de la pubertad.
El asunto es que un día empezó a hacerme caso y a hablar conmigo… qué decepción. Ni nos gustaban las mismas cosas, ni teníamos el mismo sentido del humor ni, en definitiva, veíamos igual la vida. Cuando empezó a ser evidente que no sintonizábamos, la desilusión impuso el final de nuestro breve romance juvenil.
El tiempo pasa, y a fe que ya pensé que esto no me iba a ocurrir de nuevo, pero hace poco me volví a llevar un chasco igual que el del instituto, pero con Tomás.
Porque yo era fan, muy fan, de Tomás, ese hombre que de porte señorial, buena percha y un imponente currículum profesional había hecho su aparición en la vida pública astorgana. Fue en la anterior campaña electoral cuando me llamó la atención, pensé que era un buen fichaje para el PSOE, a pesar de aquellas palabras feas que había escrito sobre nuestra querida Astorga en una de sus obras anteriores. Bueno, las deseché de inmediato al saber de sus charlas con Borges, Sábato, Sánchez Albornoz, de su experiencia en la agencia EFE, de sus ensayos, sus libros, sus viajes. Pensé que iba a hacer una muy buena aportación a la ciudad.
Hace unos días ese hombre, el hombre que es capaz de escribir 212 páginas sobre la gastronomía en El Quijote, se fijó en mi…¡En mí!
Y me habló…
La decepción fue grande, puesto que al referirse a un escrito mío, y contestarlo, me pareció primero que no me había comprendido, aunque más tarde sospeché que no me había querido comprender, juzguen ustedes.
Cuando leo su respuesta le reconozco el oficio, porque encuentro un texto breve, de título sonoro, dividido limpiamente en dos partes diferenciadas… la primera repitiendo la retahíla del partido, y la segunda, insistiendo en el tema de las palabrotas como exponente de la moralidad de quien las emplea, y tras hablar de mi insistencia, (mire que me ha hecho releer mi propio escrito, y no encuentro esto por ningún lado), y a modo de favor vengativo, aprovecha para colocarnos unas perlas para usted sin duda hediondas, transcripciones del sumario, pero sin puntualizar quien las emplea, para que el desagradable aroma de la grosería se pueda extender sobre cualquiera de los referidos en el texto. Me sorprende su terquedad en olvidar que se trata de una conversación en el ámbito de lo privado, y para no desviarme de otros asuntos de interés, le adjunto un enlace por si desea conocer un resumen sobre las más recientes investigaciones sobre el tema. (https://www.nytimes.com/es/2017/07/31/groserias-insulto-beneficios/).
Busca zanjar el asunto con una estocada a la zafiedad del autor (¡con lo que yo le he admirado!) y lo imagino con la mandíbula alta al teclear el último punto, como apuntillando a quien alude.
Pero lástima, señores, ¡qué pobreza argumental!, es como cuando íbamos a la profe y le decíamos “Seño, Seño, que Jaimito ha dicho caca pedo culo pis” y en ese momento nos sentíamos moralmente superiores.
Bueno, vale, ya sé que no soy Cervantes, ni un nobel, ni tengo las tablas de Tomás Alvarez, y por si acaso no se comprendió bien el mensaje, lo repito cambiando un poco las palabras a ver si facilito el asunto: que si en tres años que lleva el actual gobierno municipal que se ha investigado, junto con el de muchas otras ciudades y pueblos de España, por los desmanes de quien utilizaba el cuarto poder en su provecho, qué no habrá podido pasar en los años anteriores en que todo esto no se controlaba.
Deseo dejar claro que también hay que suponerles a las anteriores corporaciones la misma inocencia que a la actual, pero, ostras, que ya puestos, sería deseable el mismo celo investigador por parte de las autoridades del estado para las corporaciones actuales, pasadas, y futuras. (Aquí que nadie busque un apoyo explícito o implícito a los investigados, porque esto es una cosa que ha de reconocerme que cae por su propio peso, siendo objeto de los comentarios mañaneros de cafetería).
Con ese escrito breve y contundente, que tiene a bien dedicarme, veo que pretende volver a la vieja cantinela del partido (vamos a repetir muchas veces el mismo mensaje, que algo queda), desentendiéndose de su ausencia (y de sus compañeras corporativas) en el pregón de fiestas, y su presencia en el consejo de redacción de El Faro, (medio que utilizaba el patatero, presuntamente, para extorsionar a la actual corporación), y esforzarse en desprestigiar/enfangar a quien no piensa como usted, o le cuestiona sus actos públicos, con el fin último de alejar el pensamiento del lector del foco en el que usted se encuentra, debido, sin duda, a unas relaciones desafortunadas.
Ya sé que se ha desvinculado usted de Ángel Luis (hasta Pedro renegó de Cristo), pero a cualquier observador no se le escapa que utiliza el acceso que El Faro le proporciona al sumario filtrado (¿cómo consiguen los periódicos los sumarios? ¿quién los filtra?) para publicar, como portavoz del PSOE, la misma CARNAZA que publican los digitales exaltados.
Flaco servicio, en mi opinión zafio, le hace al periódico del que es consejero, al partido en nombre del que habla, que no necesita entrar en esa dialéctica, (¿adivina cuál es el elemento común entre El Faro, el PSOE y el patatero?) y a sí mismo, pues se rebaja usted como profesional de prestigio a la altura de un colaborador de Sálvame, que cuando no encuentra argumento para debatir, embiste como el Mihura que se sabe herido.
No se preocupe, hombre, que a pesar de todo los ciudadanos le reconocemos sus aportaciones a la ciudad, que obras son amores y no buenas razones.
En fin, Tomás, una nueva muesca en la culata de las desilusiones: se nos acabó el breve idilio. Llámeme zafio las veces que necesite para desahogarse, se lo perdono, (lo digo desde la seguridad que tengo de que palabrotas no me va a dedicar), y sepa que me encanta la frase con la que cierra su escrito: “Las realidades no se pueden tapar con reinterpretaciones e intentos de ensuciar la ejecutoria de los demás. Y la ciudadanía lo sabe.”
Soberbia, oiga. Parece como de horóscopo, porque también a mí me viene al pelo.