Me cuentan algo desde Roma sobre el sacerdote Vallejo. No es una buena historia para Semana Santa, pero el juicio por el Vatileaks II se está celebrando ahora. El caso del sacerdote Lucio Vallejo Balda, sí, el antiguo ecónomo de la diócesis de Astorga. Él es el protagonista principal de un escándalo que ya tiene todos los ingredientes de una buena serie de intriga.
Su forma de llevar las cuentas de la diócesis hizo que el cardenal Rouco lo propusiera a Roma para que intentara hacer lo mismo en el Vaticano. Gran salto. Se convirtió en el secretario de la Prefectura para los Asuntos Económicos, y precisamente en un momento crucial en el que se necesitaba poner orden de una vez en el descontrol financiero de la iglesia católica. Enseguida se vio obispo, su antecesor lo era. Benedicto XVI no lo hizo y Vallejo lo justificó diciendo que como el anterior Papa estaba despidiéndose nombró pocos prelados, pero que el siguiente lo haría.
Mientras tanto comenzó a cometer errores. El más sonado fue una lujosa fiesta cuando el nuevo Papa Bergoglio centraba su mensaje en la pobreza y la austeridad.
Y llegó el escándalo: se publican documentos confidenciales que debían estar bajo su custodia. Ahora, cada día del juicio, se ha convertido en una revelación. Vallejo -con un montón de años encima de repente- ha reconocido que permitió acceder a los documentos a dos periodistas. Lo justifica en presiones. Dice que pasó unas claves informáticas a los periodistas, pero que al ser válidas solo una semana no permitían acceder a los documentos que han publicado. ¿Y quién instaló el sistema de seguridad informática? El marido de otra de las acusadas, la enigmática Francesca Chaouqui. Dice Vallejo que este informático fue el que le presionó diciendo que su mujer sabía cosas comprometedoras y el Vaticano no la había contratado permanentemente. Y que Chaouqui era de los servicios secretos italianos. Y que la mafia estaba por medio.
Todo esto en medio de una vista en el tribunal del Vaticano interrumpida a veces porque la mujer, una verdadera experta en el manejo de las relaciones públicas, dice que se marea: está en su séptimo mes de embarazo. Al niño quiere llamarlo Pedro. El registro del teléfono de Vallejo ha permitido conocer una extraña relación con ella, entre la amistad y la complicidad en asuntos turbios… Incluso proposiciones a una prima de la acusada.
Me dicen que al sacerdote se le fue la cabeza en ese salto desde Astorga a Roma. Y Chaouqui le ayudó a que se metiera en esta espiral de lujos e intrigas.
Y también me dicen que prácticamente está sentenciado desde el día en que el Papa Francisco cambió su discurso: donde le habían escrito “error”, para referirse al caso, dijo “delito”.
Angel M. Alonso Jarrín
@AngelM_ALONSO