Los efectos del coronavirus y el seguimiento del estado de alarma nos tienen no sólo atrapados físicamente en casa sino con el alma angustiada. Vamos de sobrecogimiento en sobrecogimiento mientras la espiral no para de retorcerse con nuevas decisiones y medidas que nos enclaustran un poco más. Y cada vez peor. Los políticos ponen cara de circunstancias y algunos no pueden ocultar su desorientación y desbordamiento, como le sucedió el domingo por la tarde al vicepresidente de la Junta, Igea, solicitando, a través de las redes sociales, a las empresas y ciudadanos en general la entrega urgente de material de protección para los sanitarios que trabajan con los enfermos del coronavirus. Vaya imagen. Demoledora. Ahora se ven los años de recortes en inversión sanitaria y de plantillas de médicos y enfermeros. No es el momento de hacer más crítica que la justa. Ya habrá tiempo cuando pase la crisis. Ni de hacer públicas las confesiones –entre susurros- de muchos médicos sobre el estado real del material con el que está trabajando el personal sanitario y sobre la desorganización reinante. Ya habrá tiempo, sí.
Es momento de apelar –otra vez, dios mío- al heroísmo. El heroísmo y la épica es lo que ha caracterizado a los españoles a lo largo de su historia. La voluntad decidida de las personas es lo que ha paliado siempre la falta de recursos y de inteligencia de los gobernantes. Así se hizo y así se perdió el imperio y así se construyó el nuevo modelo de España. Siempre luchando contra los elementos. Un país formado a base de individualidades, de corajes personales y de unos cuantos arreones colectivos. Pero sin un proyecto común sólido que haya perdurado en el tiempo. Así que ahora, en tiempo de nuevas y tecnológicas tribulaciones, de nuevo, como Igea, se apela a la épica, a la generosidad personal, a la solidaridad y a los sentimientos más atávicos del individualismo. Comportamientos que disimulan el fracaso de las élites gobernantes, sean del color que sean. Ahora recogemos los efectos de la crisis del 2008 y nos encaminamos a una nueva sin haber aprendido las lecciones de la anterior. Y de nuevo, como solución, se apela al sacrificio de los de siempre, eso sí, aplicando primero la ración justa de miedo con el que adormecer la capacidad de reacción ciudadana. ¿La culpa? ¿La responsabilidad?, de los elementos, claro, como siempre.
Así que entre este aturdimiento general provocado por la prioridad de encaminar todos los recursos en vencer al susodicho virus, la actividad política se suspende o se posterga sine die. Hay que dejar paso a los héroes. Así, la reunión de la Mesa por el futuro de León no se celebrará en Ponferrada el 3 de abril. Pero eso no debería impedir que los agentes implicados vayan haciendo sus deberes para que cuando se puedan reunir se haga con las soluciones bien documentadas y trabajadas. Por ejemplo, se supone que los cabezas pensantes ya tendrán decidido el nombre del profesional apolítico, independiente y de prestigio que ha de liderar este proyecto. ¿O no?
La tecnología permite ahora trabajar bajo confinamiento. El otro día el presidente de la Diputación resolvía no sé qué cuestiones pendientes con el alcalde portugués de Braganza vía telemática. Es de imaginar que la oficina técnica que Diputación ha puesto al servicio de la Mesa por el futuro de León pueda hacer lo mismo. Porque, ojo, estamos ante un confinamiento y no ante unas vacaciones.
Pues para dar un tinte de cierta normalidad, que falta hace, ante este desbarajuste general provocado por el coronavirus, no estaría de más que se anunciase ya el nombre de este nuevo héroe local, que ha de concretar la épica resurrección de la tierra leonesa.
En mi humilde opinión el nombre ideal seria el del escritor Ricardo Magaz.