En uno de los rincones escondidos de la montaña occidental leonesa se alza el pequeño pueblo de Salientes, perteneciente al municipio berciano de Palacios del Sil. De cuando en cuando, entre los montes que rodean la localidad, aparecen pequeñas obras de arte natural llevadas a cabo por Carmen ‘Madreña Roja’, una de las 15 personas que pasa el invierno -al menos en parte- en el pueblo. Esta licenciada en Derecho, que ha ejercido de crítica de arte, encabeza desde el año 2005 un proyecto artístico, denominado Arte Vegetal, que aspira a llenar el mundo rural de piezas contemporáneas que utilizan como materia prima el propio material del medio.
Con materiales del entorno que ella misma recoge y conserva, Carmen elabora con métodos artesanales y herramientas tradicionales una serie de piezas artísticas que van desde la obra plana y la escultura hasta instalaciones permanentes o efímeras, cuyo denominador común es el uso de materias surgidas directamente de la naturaleza y ligadas a la estacionalidad de la recolecta.
Entre los materiales utilizados por Carmen para dar forma a sus piezas, las hojas y las flores ocupan un lugar predominante. “La hoja de roble tiene muy buen durar, la de castaño es más frágil y más puñetera, el tejo tiene un valor simbólico que me da respeto”, explica. Entre las flores, destacan los pensamientos o la flor de castaño, así como los girasoles, amapolas y cardos del sol que recoge durante la semana en Valladolid, donde trabaja en el sindicato CCOO, llevando temas relacionados con la formación en el ámbito del trabajo. Cada fin de semana, Carmen regresa a Salientes para recolectar la materia prima que utilizará en sus obras y para dar forma al arte que compone. “Nunca me he desligado de Salientes pero incluso teletrabajar aquí es muy difícil porque tenemos una internet de pena”, explica.
Una vez hecha la recolecta del material, Carmen se pone manos a la obra con el objetivo de hacer duraderas las piezas a las que de vida. “Primero, la hoja se prensa y luego se trabaja. Las más pequeñas las prenso metiéndolas entre varios libros y para las más grandes utilizo una prensa antigua”, señala. El mismo procedimiento se utiliza con la mayoría de flores, con las excepciones de los dientes de león, las semillas de la flor del viento o las cardos azules, que se dejan secar. “La idea es ver cuánto aguantan y recuperar esa tradición de trabajar con flores que tenían las mujeres”, explica. Carmen recuerda que, años atrás, los hombres ya trabajaban la madera y podían elaborar adornos y pequeñas obras de arte talladas, mientras que las mujeres tenían su campo de actuación limitado a las flores y a la colocación y ordenación de los materiales, es decir, a la manera como se guardaba la cosecha o como se ordenaban los alimentos en la bodega.
La dirección artística del proyecto, del que forman parte de manera estable cuatro personas, recae en Carmen, que también promueve las actividades del colectivo. “Siempre he intentado trabajar en ver cómo se puede hacer viable la vida en el mundo rural y qué narices puede hacer el arte por estas tierras, porque a nosotros, en un momento determinado, nos echaron del sitio en el que nacimos para estudiar y trabajar”, explica con cierta nostalgia. Desde la distancia, Carmen mantuvo el contacto con los grupos de desarrollo rural, sobre todo a través de relatos que enviaba a diversas publicaciones. “Llegó un momento en que necesité encontrar otro material distinto a las palabras, que me ayudase a acercarme más al entorno y un pretexto personal para estar unida a la tierra, porque tienes que estar para recolectar”, explica.
En lo referente a la salida de su obra en el mercado, Carmen reconoce que el hecho de componerla con materiales vegetales “echa un poco para atrás” a los potenciales clientes. Pese a haber vendido algunos tapices y ‘espantaánimas’, la propia artista reconoce que la venta “no es el objetivo principal ni sería rentable”. Rehuyendo del concepto de arte como objeto de consumo –“me parece importante romper esa regla”-, Carmen tampoco cobra por las actividades organizadas por el colectivo. “Mientras me las pueda financiar, preferiría no cobrar, porque al final la gente también ‘consume’ una actividad”, lamenta, y recuerda que “yo promuevo esto, pero el objetivo no es el arte individual, sino que la gente se apropie del arte”.
El país de las montañas
El terreno que el colectivo se marca como referencia es el Alto Sil, un “país de las montañas” a la sombra del Pico Catoute, que abarca terrenos de los municipios leoneses de Villablino, San Emiliano, Palacios del Sil, Toreno y Páramo del Sil y en el que habitan especies como el oso o el urogallo. “Es una zona que tuvo mucha unidad, donde existe una larga tradición de pastores y de brañas de verano que estaban muy conectadas entre sí”, explica Carmen. “Se trata de un territorio muy olvidado y muy mal gestionado, el impacto de los cielos abiertos ha sido brutal en el valle de Laciana. Casi mejor que no se acuerden de nosotros, porque cuando se acuerdan es peor”, lamenta.
Para frenar el deterioro y el abandono del entorno, uno de los objetivos del colectivo es aprovechar la recolecta de material para reabrir las sendas de montaña. “Antes el monte estaba completamente marcado, pero ahora los caminos están desaparecidos y el bosque se nos está comiendo”, relata Carmen, que destaca el rol que pueden cumplir los movimientos artísticos para “abrir otras posibilidades”. En la misma línea, el colectivo tiene un proyecto para realizar una gran obra con piedras en las laderas del Catoute, que sirva de reclamo para evitar la instalación de un parque eólico en lo alto de la montaña.
La huella de los rebaños
Otra de las líneas de trabajo del proyecto artístico ha sido reivindicar el Alto Sil como territorio ligado a su pasado ganadero. De esa reivindicación nace el proyecto La huella de los rebaños, que utiliza lana para crear instalaciones efímeras en los territorios históricos de la transhumancia. “Me gusta que la gente se acostumbre a ver una marca de lana en el monte, que tengas que fijarte, que tampoco cante, pero que se incorpore y pase a formar parte del paisaje”, subraya Carmen. La última instalación de este proyecto, que cumple su sexta edición, ha tenido lugar este mismo año en un barrio a las afueras de Toledo, donde los miembros del colectivo, acompañados por niños, crearon en un parque público una alfombra mágica hecha con lana.
En anteriores años, el proyecto se ha instalado en lugares como Huesca, Zaragoza, Burgos, Salamanca y otras zonas de la provincia de León. “En casi todas partes hay ovejas y en todos los sitios hay lana. Yo siempre voy al sitio donde vamos a realizar la acción e intento conseguir lana allí. Luego sólo falta un paisaje”, explica Carmen. La huella de los rebaños también cuenta con una pequeña colección de obra plana de pequeñas dimensiones, elaborada con copos de lana y cardos para su exposición en salas.
La paciencia de las hilanderas de lino
Haciendo honor a sus abuelas hilanderas de lino, Carmen recuerda el laborioso proceso de fabricación de las antiguas prendas de ropa elaboradas con este material “endemoniado para trabajarlo”, como ella misma reconoce. “Primero se sembraba en función de si ibas a hacer telas gruesas o finas -cuanto más junto, más fina la fibra. Cuando la planta crece, se corta, se hacen manojos y se meten en el río, donde circule agua. Después se saca, se seca, se maja y se le quita la parte de fuera para que queden unas fibras cortas y ásperas que luego hay que hilar. Ahora calcula cuanto podían tardar en hacer una sábana”, plantea. “Por eso me asombro cuando la gente dice que tengo mucha paciencia. ¡Para paciencia la de mis abuelas!”, exclama. Con toda esa explicación, Carmen pretende realzar que “el arte también es trabajo, tiene que haber un esfuerzo detrás” y critica que el mundo del arte contemporáneo haya creado una categoría de artistas capaces de vender un papel con un borrón de tinta. “Me parece interesante mostrar cuánto trabajo hay detrás de las cosas que fabrico”, resume.
Reflexión sobre el papel del arte
La reflexión sobre el papel del arte es una parte fundamental del proyecto Arte Vegetal. La principal idea, según explica Carmen, es “crear un arte integrado en el medio, que tenga un envejecer limpio y se convierta en un elemento natural del paisaje”. El planteamiento conlleva que muchas de las obras tengan un carácter efímero. “Me parece un buen final que la obra desparezca, que se pudra y se la lleve el terreno”, añade. El trabajo del colectivo forma parte de una “explosión de movimiento artístico en el medio rural” y se mira en el espejo de otros artistas que “tratan de integrar su obra en el medio, con esta misma filosofía que aúna arte y territorio”.
En la misma línea, Carmen recuerda que “el arte tiene que tener un sentido de fondo más allá de sí mismo, aunque sea el más peregrino”. Muchas de las obras del colectivo llevan aparejado este sentido práctico, como los pájaros que elabora con escobas o piornos, unas esculturas cuya utilidad es almacenar durante el invierno las hojas secas sin que se desordenen, colocando los manojos enroscados en espiral sobre el eje de un palo. “Todo esto ayuda a que haya un buen entendimiento entre el trabajo artístico y el resto de tareas del campo, a que no se vea como algo ajeno. La gente se reconoce en el material porque lo ha usado toda la vida”, explica la directora artística del colectivo.
Pueblos en tiempos de liquidación
Con el objetivo de “recordar la tradición que tenemos detrás para legarla al futuro”, el colectivo trabaja en otras acciones como los talleres para la construcción de los tradicionales chozos, estrechamente vinculados al pasado ganadero de la zona. “En esas actividades intentamos implicar a la gente más joven, con los chozos trabajamos siempre con niños”, explica. Es el granito de arena con el que Arte Vegetal contribuye al sostenimiento de unos “pueblos en tiempo de liquidación”. “Las tareas de recolección son muy agradecidas, estar todo un día recogiendo flor es muy bonito. Queremos atraer a la gente con ese otro planteamiento y fidelizarlos con el medio, porque esta zona necesita fieles”, explica Carmen, convencida de que “lo que la gente se ha ganado en estas montañas es el derecho a vivir en ellas”.
Siguiendo ese camino de vuelta a los orígenes rurales, los sobrinos de Carmen abandonaron hace pocos años su vida en Madrid para abrir una casa rural en Salientes que lleva por nombre ‘Mil Madreñas Rojas’ y cuyo día a día está íntimamente ligado al del colectivo artístico, hasta el punto que su fachada exterior ha servido este año como tapiz para el proyecto de Cromoterapia para pastores que Arte Vegetal lleva a cabo cada año en la zona del Alto Sil. Las madreñas, el calzado típico de madera que se usaba en esta zona, se pintaban de colores cuando estaban destinadas a usarse por los niños. Carmen explica que “tener mil madreñas rojas significaría que hay un futuro en esta tierra”.