Cuando después de semanas de lucha incansable contra este enemigo invisible, como lo llaman algunos, o “el cabrón” que lo denominan otros. Después de cientos de horas leyendo protocolos, algoritmos, haciendo miles de cambios en tus centros: confinamientos, aislamientos, planes de contingencia, zonas de aislados, zonas de posibles contactos… Planes de protección, higiene, biogeles, disoluciones de agua y lejía, batas, pantallas, buzos, mascarillas, guantes, más horas de sueño perdidas, cientos de horas colgado al teléfono, ropa destrozada por culpa de la lejía y miles de noticias donde no haces más que oír test, test, test masivos…
Pues bien, ahora resulta que después de pelear para que tus centros estén limpios del maldito (por no usar otra palabra) covid vienen y te tiran por la borda tu trabajo porque, aunque el test PCR es negativo, la placa es “sugestiva de” y entonces, etiqueta que te crió y ya tienes un paciente covid y un estigma a tus espaldas. Y entonces dices: “pero qué coño, ¿y tanto rollo con los putos test?” (y perdón por la expresión, pero ya no me he podido aguantar).
El caso es que tanto estrés, horas perdidas de sueño, horas colgado del teléfono sin prestarle atención a tu hijo y empiezas a perder la motivación y las ganas de hacer bien tu trabajo, y entonces empiezas a darte cuenta de que la frustración ha vencido, y ahí es donde este puto bicho nos ha ganado la batalla.
(Dedicado a todos aquellos que ya se han ido y a aquellos que han salido adelante y por los que ha merecido la pena perder horas de sueño y tener la oreja con forma de móvil).
Laurentino Gil Valle