Las Cortes de Castilla y León conforman el poder legislativo de la Comunidad. En ellas se tramitan las normas por las cuales se rigen los destinos de las nueve provincias y media que constituyen nuestra Autonomía. Herederas de las viejas y primeras Cortes de la historia, las de León, representan el triunfo de la democracia sobre otras que han existido en la historia de España. Destacan por su transcendencia, las Cortes de Cádiz de 1812, por su fin del Absolutismo real y las de 1978, del triunfo final de la democracia bajo fórmula de monarquía parlamentaria.
El Parlamento regional inspira cierta rigidez y protocolo añadido. Es un lugar cargado de simbolismo y donde se aprueba o censura al Gobierno Ejecutivo. Es la asamblea de todos, pues son sus representantes lo de toda la sociedad castellano y leonesa. Sin embargo, últimamente en las sesiones plenarias se ha perdido todo boato y cuidado del lenguaje. En las formas y en el fondo. Unos no paran de llevar carteles y fotografías, otros aprovechan para retransmitir en directo sus impresiones personales y partidistas a través de sus perfiles en redes sociales y algunos más, ametrallando al enemigo con frases graciosas y gags que se vuelven titulares de prensa. Definitivamente, la oratoria de cierta altura y riqueza léxica conceptual se va perdiendo a cada legislatura que pasa. Si esto sigue así, veremos rememorar los zapatazos de “Pelines” contra la balda de su escaño, otros vestirán de la temática protesta del momento como en un carnaval y hasta los chistes y chascarrillos saltarán de las conversaciones de cafetería al discurso oficial.
Estamos ante una legislatura dura, complicada, arisca. La situación de gobierno en coalición necesita rodaje, cohesión y mesura en ocasiones. Es cierto que ante el terrorismo dialéctico de un Igea henchido de rencor, reivindicaciones provinciales, retórica pseudocomunista y, por tanto, populista, los principales líderes de los dos partidos mayoritarios deberían no caer en tanta provocación. Que los nuevos canales de comunicación, redes sociales, no trasladen la selva que son, sin dialéctica fina, al discurso formal que se espera de los “padres de la Comunidad”. ¿A no ser que lo que se escucha y transciende sea el fiel reflejo de la sociedad a la que representan sus señorías, los procuradores regionales?