Mi nuevo director, Alejandro García Nistal, ha anunciado con caracteres tipográficos espectaculares mi fichaje como colaborador en la sección de Opinión de este gran periódico del siglo XXI que es El Bierzo Digital y su hermano pequeño Astorga Digital. Se lo agradezco. Mis paisanos y amigos de Almagro (Ciudad Real), un tanto desconcertados por la noticia que han seguido a través de Facebook, no paran de felicitarme en las redes sociales por mi regreso a Ponferrada, a El Bierzo, una tierra mítica, sagrada, misteriosa, ancestral y origen de una pléyade de grades escritores, pintores y periodistas. Yo he conocido a algunos de ellos y a varios los considero mis maestros, como al inolvidable Antonio Pereira.
Regreso a Ponferrada en presencia virtual, que no es poco. Tengo el alma dividida, como no puede ser de otra manera. Soy un espécimen raro, de laboratorio humano, me considero almagreñoleonés y, por ende, almagreñoponferradino y, por extensión, almagreñoberciano. Poco tienen en común ambas tierras y si no que se lo pregunten a Miguel Ángel Varela, asiduo visitante de esta localidad situada en pleno secarral manchego, pero comparable en belleza, historia, arte y paisanajes a Villafranca del Bierzo o a la Astorga del otro lado del Manzanal.
Todavía recuerdo perfectamente el día de un lejano ya 1982 cuando bajé del tren en la estación en la sucia estación de Ponferrada, con un ligero equipaje y con la misión de ensanchar la influencia del Diario en El Bierzo. Mi primera impresión del paisaje urbano no fue nada positiva, pero allí me acogieron como si fuera un hijo pródigo Loli, Pedro y Germán, todos ellos miembros de la delegación del Diario en el Paseo de San Antonio. Y allí cambió mi vida profesional. En esos años me hice periodista. Aguantando el marcaje de Ignacio y disfrutando de las inquietudes del también recién llegado Florencio.
A la sombra del Pajariel, en el barrio de la Estación, comencé a ejercer la profesión más vieja y bonita del mundo, el periodismo. Sobre todo si de verdad los profesionales cumplimos con nuestra misión, que no es otra que fomentar el sentido crítico entre quienes nos leen o escuchan. En aquel entonces se sobreentendía que, por encima de ello, estaba el ejercicio honesto del periodismo. Se trataba de contar noticias, es decir de desvelar aquello que intereses de muy diverso tipo no querían que se supiese. Eso es periodismo. O era. Hoy, ya no estoy seguro.
En Ponferrada me hice comentarista político. Escribí numerosos artículos bajo el epígrafe general de Crónicas bercianas. En aquellas líneas, críticas, por supuesto, quedaron atrapados, para bien o para mal, los representantes de la vida pública de entonces. Qué tiempos, en los que podías criticar la gestión de un político y luego tomarte con él una copa por la noche en el pub JJ.
No puedo resucitar, y ni falta que hace, las Crónicas bercianas, pero sí me apetece hacerlo con el título que amparó mis primeras columnas de opinión el Diario de 1980: El gallo, en honor al ave que desde hace siglos vigila el devenir de los leoneses desde lo más alto de la torre de San Isidoro. Y eso que en aquel entonces no se conocía su origen medieval del califato de Bagdad.
No crean que regreso cargado de añoranzas y morriñas, qué va; vuelvo con la pluma, digo con el ordenador, afilado.