Hay un dicho entre los militantes de –por lo que yo sé– todos los partidos políticos, que no tiene discusión:
“En política, hay amigos, enemigos y compañeros de partido”.
Y, por si alguien tuviera dudas, de vez en cuando sale un personaje, generalmente, público, habitualmente, respetado, y que, por diversas razones, quiere volver a estar en el “candelabro”, como decía aquella hermosa modelo.
En este caso, es Don Felipe González, otrora político respetadísimo y referente mundial del socialismo, y que, ahora, vanidoso hasta el infinito, ve cómo le revientan conferencias y cómo, en general, el personal lo coloca en la sala de los dinosaurios.
Cuando empezó a rajar contra Pedro Sánchez, hace un par de meses, lo primero que pensé es que se le había ido la pinza, cosa bastante frecuente en quien ha pasado por la Moncloa. Pero, no. No se le ha ido la olla, sino que su comportamiento obedece a una estrategia, que está perfectamente diseñada.
Y no es que apoye a Susana Díaz, cuya elección como secretaria general del PSOE le importa un rábano, sino que quiere crear tensión, que los periodistas en particular y los ciudadanos de una u otra ideología, estén pendientes de sus palabras. En definitiva, quiere conseguir que cada vez que abra la boca, suba el pan.
Y, ¿Con qué intención?
Facilísimo. Quiere vender algo. Seguramente, ya lo tiene vendido, porque en los últimos años, parece estar más atento a cuestiones crematísticas que ideológicas. No hay más que ver quién está su alrededor.
Sin embargo, creo que esta vez se le ha ido la mano. La brutalidad con que ha descalificado a Pedro Sánchez es inédita, no sólo en el PSOE, en donde hay ejemplos lamentables, sino en cualquier político, para referirse a un compañero de partido.
Nunca, nadie, ha dicho de un compañero de partido lo que ha dicho Don Felipe González (le antepongo el “Don” porque, como he aprendido de Groucho Marx, le he perdido totalmente el respeto).
Don Felipe González no está haciendo daño a Pedro Sánchez (en mi opinión, lo está reforzando) pero sí está haciendo un daño inmenso, incalculable, al partido socialista y a millones de militantes y simpatizantes, que, por si no tuvieran suficiente, asisten perplejos y totalmente descolocados a este esperpento, en el que un militante cualificado arremete como un miura contra el que hace un par de meses era su secretario general.
¿Son amigos? Con toda seguridad, no.
¿Son enemigos? Probablemente, tampoco.
No son más que compañeros de partido
¡Joder!