“El arte tiene que conmover,…. Y es alimento para el espíritu” (Castorina de Francisco).
Decían los antiguos que de todos los artistas, son los escultores los que más se asemejan a los dioses, pues tienen la facultad de dar vida a las piedras: y ahí está Castorina para demostrarlo: la madre- piedra- cuidando y cobijando al hijo, luchando por él en una lucha desigual, titánica, sujetándolo con todas las fuerzas de su ser, al hijo, para que no se fuera. Para que la dolorosa enfermedad no se lo arrebatara. Y no lo hizo, porque está vivo en todos y cada uno de los dibujos, en todas y cada una de las esculturas que embellecen y pueblan su casa.
Ahora es ella la que ha ido a reunirse con él, en esta mañana fría y oscura del invierno astorgano; el mismo día en que se fue su esposo hace ya algunos años. Dicen que si la Dama Blanca necesitaba a la mejor escultora para sacarle el alma a una piedra sagrada que había encontrado-dura y brillante -cerca de los Picos de Europa.
Y por eso de forma precipitada vino a buscarla en este aciago día.
Se llevo a la artista que creaba vida, y también a la poeta y a la mujer hermosa, exquisita y delicada que fue toda su vida.
Ella hizo de su estancia en la tierra arte y creo maravillosas obras con sus manos y su pluma y también con su amor por la enseñanza, esculpió el corazón de muchos niños y niñas astorganos que aprendieron a dibujar con ella, gracias a ella.
En estos días de cansancio y tristura, la hija-Nuria-la cuidaba con tanta delicadeza y esmero que pensábamos algunos que lograría esquivar a la interesada Dama, pero no pudo ser, y ahora ya andará por el cielo buscando al hijo y al esposo, feliz de poder, al fin, pasear con ellos, mirando cada poco abajo por si necesitara algo Nuria o alguno de sus muchos, muchísimos amigos, para desde allí, con su delicada habilidad interceder por ellos.
Victorina Alonso Fernández.