El caso Rosa Valdeón

 

En España la lógica, la consecuencia y la asunción de responsabilidades por parte de los políticos tras cometer una falta o un delito son  considerados excepcionales, heroicos y ejemplarizantes. En países de larga tradición democrática el protocolo es claro y no requiere discusión: quien la hace la paga. El principio de ejemplaridad se aplica a rajatabla. Y la dimisión es un sano ejercicio de autocrítica y de asunción de responsabilidades.

Casi todo el mundo aplaude y alaba la decisión de Rosa Valdeón de dimitir irrevocablemente de sus cargos de vicepresidenta y consejera de la Junta de Castilla y León tras ser sorprendida por la Guardia Civil conduciendo su vehículo con una tasa de alcoholemia que triplicaba el límite legal. También por conducción temeraria al rozar con su coche a un camión y no detenerse a pesar de las señales y advertencias del camionero. La afectada diría luego que no se dio cuenta del incidente con el camión. Pues en qué estado iría conduciendo. Da miedo pensarlo.

A falta de conocer con detalle el informe de la Guardia Civil, la reacción de Rosa Valdeón no ha sido  ni meritoria, ni heroica, ni ejemplarizante y ni mucho menos loable. Es simplemente lógica. No cabía otra salida. Lo que sucede es que, por desgracia, en la clase política no se suele conjugar el verbo dimitir cuando se cometen errores, imprudencias o delitos. Por eso, cuando alguien, como Rosa Valdeón, asume su responsabilidad y dimite, el acto se considera ejemplar.

En la década de los años noventa el entonces consejero de Economía de la Junta, el leonés Pérez Villar, fue detenido por la Guardia Civil de Tráfico al conducir ebrio. Al entonces consejero no se le ocurrió otra cosa que plantarse preguntar con soberbia a los agentes que si no sabían con quién estaban hablando. Eran otros tiempos y a Pérez Villar no se le pasó por la cabeza presentar su dimisión. Afortunadamente, los tiempos han cambiado y con ellos la actitud de los políticos.

En el caso de Valdeón, ahora queda por saber si dimitirá también como miembro del comité nacional del PP y, sobre todo, como procuradora en las Cortes de Castilla y León, un puesto que la convierte en aforada y por lo que sólo puede ser juzgada por el Tribunal Superior de la Comunidad. Un auténtico privilegio. Aplicando la lógica de los primeros momentos, Valdeón debería ser consecuente hasta el final y dimitir también de este cargo, a pesar de que algunos de sus compañeros del Partido Popular ya se han adelantado y anuncian que  intentarán convencerla para que siga en su escaño.

El caso de Valdeón es una combinación de errores, imprudencias y, quizás, mentiras. No vale la excusa de que había dormido sólo tres horas y que se estaba medicando. Una persona inteligente como Valdeón sabe perfectamente que no se debe mezclar alcohol con medicamentos y ni coger un coche si sólo se ha dormido tres horas. Tampoco es creíble que rozará con su coche a un camión, lo que provocó desperfectos en su parachoques y en la carrocería, y no se diera cuenta de nada. Para haberse matado, la verdad.

Las imprudencias y los errores son manifiestos, ahora queda por averiguar si Valdeón ha mentido o  no en sus explicaciones. Y ya se sabe que en política la mentira es aún más grave que esa cadena de errores e imprudencias. Hay que esperar, insisto, a conocer el informe de la Guardia Civil de Tráfico.

Valdeón ha sido hasta ahora una de las nominadas con mayores posibilidades para suceder a Herrera al frente de la Presidencia de la Junta. Naturalmente, este incidente la descalifica y la elimina de la carrera sucesoria. Otro quebradero de cabeza para un presidente Herrera que, como el lobo del cuento infantil, lleva años amagando con su dimisión y abandono de la política, pero que nunca concreta al no encontrar el momento adecuado. Ahora, este caso puede ser de nuevo una perfecta excusa para aplazar sine die, una vez más, la resolución de las dudas de Herrera. Ser o no ser, esa es la cuestión.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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