Carnaval diferente

Salía yo de trabajar subido en mi coche conduciendo casi mecánicamente por aquello de la costumbre, cuando varios grupos de chavalada disfrazada aparecieron por ambas aceras de la avenida en la ciudad que habito. Como despertándome de mis pensamientos, imbuido en campañas electorales, charlas telefónicas políticas, cafés, confidencias y demás; el caso es que recordé que mi pequeño hace unos años era uno de esos barbilampiños que jugaban a la búsqueda del tesoro con pistas que los organizadores del ayuntamiento habían dejado hasta alcanzar el premio como una actividad más de los días de carnaval.

Recordé la emoción de aquel día, salir a la calle, el disfraz y la ilusión del dinero que iban a ganar él y sus compañeros de aventura al final del día, sí o sí. Esa misma expresión ilusa contemplé en los rostros de esqueletos, piratas y spidermanes… Hasta me pareció ver a alguno de sus compañeros en las figuras de los grupos de los muchachos que alegremente subían la que llamamos aquí popularmente «la cuesta del castillo». Fisonomías parecidas pero de otras identidades.

Y sin pensar en el tráfico, ni en las maniobras aprendidas por repetitivas a lo largo de estos últimos años, mis recuerdos se volvieron imaginación. Los madrugones para ir corriendo medio desayunados al colegio. Las tardes tediosas de largos deberes y estudios. Los enormes tazones henchidos de cereales y cacao a grandes cucharadas. El mal genio por tenerse que acostar temprano cuando empezaba esa película de acción que tan buena pinta tenía. La lectura y la oración de antes de dormir…

De repente, había llegado al garaje de mi casa sin haberme dado a penas cuenta. Como viniendo de un sueño todo se volvió realidad y un peso de responsabilidades volvieron a mi espalda y a mi cabeza. Dejé aparcado mi vehículo y tras el breve paso por el ascensor entré en mi domicilio. Recorriendo el pasillo llegué hasta mi habitación y, como por instinto, miré la de enfrente vacía de vida y llena de restos de un tiempo que pasó y ya no es ni volverá. Y entonces comprendí que la vida se me escurre como granitos de arena de entre mis dedos sin poderlo evitar.

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