En el Partido Popular se ha abierto la veda. Cualquiera puede presentarse a suceder a Mariano Rajoy como presidente nacional de la formación política. O al menos eso parece a tenor del aluvión de candidatos que se están pronunciando en estos días.
En el centroderecha lo habitual era la elección de arriba abajo en candidaturas, puestos orgánicos y, cómo no, en el puesto principal. Al PP no le sentaban bien las decisiones asamblearias y las pugnas excesivamente abiertas dejaban enemigos por el camino y fomentaban algo muy habitual en ese partido, los clanes y familias. ¿Se acuerdan ustedes del gracejo andaluz de Antonio Hernández Mancha en cómo acabó? Se apostó por la juventud, la energía y la verborrea fácil, dejando a Herrero de Miñón y Aznar como la candidatura continuista, seria y demasiado a la derecha. Y todo fue un bluf. Al final hubo que ir por el camino más de andar por casa con una renovación calculada, lenta pero imparable. Y aún así, los manchistas estuvieron más de un año en el poder de Génova jugando a guerra de resistencia contra los propios compañeros y hasta contra ellos mismos.
De la historia del PP, que ya la va teniendo, se obtienen enseñanzas para los que militan en ese partido y tienen pretensiones. Ahora está de moda las primarias y democratizar lo máximo posible las elecciones internas. Eso está muy bien. Pero todo apunta a que se les ha ido un poco de las manos la proclamación de tantos aspirantes a presidente nacional.
En Castilla y León, el presidente Mañueco en los primeros momentos anunció que la comitiva regional irá unida a un candidato como una piña, pero resulta que de la zona tenemos a varios presidenciables con lo que es un brete elegir a uno para mostrar fuerza.
Lo recomendable sería en estas semanas unir candidaturas hasta dejarlas en dos. Pero ¿quién renuncia?
En ABC