Pasa siempre.
En el fragor de las campañas electorales, los candidatos suelen desgranar sus programas de diferentes maneras:
Unos, arremetiendo contra sus rivales; Otros, diciendo medias verdades. Unos y otros cometiendo excesos verbales que sonrojarían al personal, si éste, el personal, no estuviese ahíto y por lo tanto, casi sordo, pues ya se sabe que una tontería repetida una y otra vez, sigue pareciendo una tontería, pero no sorprende a nadie.
Generalmente, los mayores excesos, las tonterías más rotundas, las gilipolleces más sonoras, suelen estar en boca de los subalternos, que, ante la presencia de los jefes, se esfuerzan en hacer méritos, corneando a troche y moche.
Hasta ahora sólo había una excepción: José Mará Aznar, que, siendo cabeza de cartel, soltó aquellas frases que quedarán para los anales de las chorradas: “esos que van ladrando su rencor por las esquinas”. O “yo hablo catalán en la intimidad”, siempre con la intención de “sacarnos del rincón de la historia”.
Ahora, ya tenemos a otro: Albert Rivera.
Es verdad que es un tipo que suele caer bien –aunque es más soso que el caldo de pata– y que dice cosas razonables –y discutibles– y que, aunque sea el mandamás de una marca blanca del Partido Popular, tiene cierto aire de modernidad del que carece Mariano Rajoy, por ejemplo; pero, con lo que dijo recientemente, se puede ganar la animadversión de millones de españoles que no nacimos en democracia, pero que luchamos por conseguirla.
Sólo un niñato desinformado es capaz de decir que “sólo aquellos que han nacido en democracia pueden encabezar un proyecto para España”.
Es una tontería como la copa de un pino. A los 35 años ni se tiene ni la madurez suficiente para tomar determinadas decisiones ni, parece evidente, la prudencia necesaria. Ser joven puede ser interesante para ciertas actividades, pero, justamente, en política, hay otras cosas más importantes, como el sentido común. Así lo entendieron muchas culturas, desde Grecia y Roma hasta Polinesia, donde la edad era sinónimo de sabiduría.
Además, esta afirmación se parece bastante a las ideas de Filippo Tommaso Marinetti, poeta italiano de cuarta fila que pasó a la historia por haber sido el creador del “Futurismo”, movimiento poético de principios del siglo XX que propugnaba partir de cero y romper con todo lo anterior. Llegó a decir que los museos italianos eran sitios equivalentes a cementerios.
El señor Marinetti, con el paso de los años, fue politizando el movimiento hasta coincidir con las tesis del fascismo, en cuyo partido ingresó en 1919.
¡Al loro!