Pocas cosas más golosas para debatir que un huso horario. A priori el asunto es una simple convención para compaginar nuestra manera de vivir con los ritmos inexorables de la naturaleza, una pretensión de domesticar el tiempo para que se acomode a nuestra métrica. Pero en realidad el cambio de hora es un asunto social, económico y político y hasta un sello identitario ahora que la nacionalidad se manifiesta hasta en los lazos amarillos. En Galicia hubo aquel ventilado intento del BNG por separar nuestra hora de la de Madrid para combinarnos con la de Porto. Había argumentos físicos evidentes para quienes en junio observamos la última luz solar bien pasadas las once de la noche, pero sobre todo había una vocación política por singularizarse. En China rige la Hora Estándar de Pekín. Todo ese descomunal territorio palpita al mismo ritmo horario de la capital, lo que introduce una extravagancia cultural en virtud de la cual las tres de la tarde es un concepto de luz variable en función del lugar del país en el que te encuentres. La tentación de controlar el huso horario demuestra que este empeño anunciado por la UE para suprimir las congas del reloj -delante, detrás, un dos tres- no va a ser tan fácil de ejecutar. En muchos lugares la soberanía horaria es una cuestión de estado y los bailes con el reloj, una expresión de poderío. Kim Jong Un retrasó treinta minutos la hora de Corea del Norte para celebrar la expulsión de las tropas japonesas y Chávez hizo lo mismo en Venezuela para rebelarse contra el «imperialismo horario». Todo el sistema horario actual, desarrollado a partir del meridiano de Greenwich, es una expresión de la dominación política de Occidente sobre el mundo, una convención que se impuso a finales del siglo XIX cuando el ferrocarril empezó a extenderse y a exigir un acuerdo sobre las manecillas. Hasta entonces, la hora, y no solo el tiempo, era una cuestión relativa: solo en Estados Unidos había 75 zonas horarias diferentes y una única ciudad, Saint Louis, tenía seis. Así que veremos.
Fernanda Tabares