Calle

Astorga es más vistosa en plazas que en calles y avenidas. Aquéllas atesoran monumentalidad y sociabilidad. Éstas guardan para sí el simple atributo de zona de paso de los paisanos. Andar por las primeras exige paso lento y mirada en altura. Caminar por las segundas obliga a la zancada larga y a la observación al ras.

Me choca que las calles de Astorga no se conozcan, ni entre los lugareños, por su patronímico. La seña de identidad suele estar en la anécdota de un comercio o de una peculiaridad. El sustantivo común o el adjetivo apean al nombre propio de su titularidad. Dicen que es costumbre de ciudades pequeñas, donde el sucinto detalle puede con la excelencia que es dar egregio apelativo a una rúa.

Lo dicho es axioma, porque hay excepción que confirma la regla. Astorga tiene su calle emblemática. La dedicada al poeta Leopoldo Panero. Aquí, nominación y  singularidad, porfían a pulso abierto. Estrecha en aceras y calzada, umbría, y espectacular ventanal a la fachada frontal de la catedral.

Es vía de andanzas pausadas, porque más que los pies, trabaja el cuello en semigiros  alternativos al frente y a los laterales. Por el lado de éstos, la casa del vate oficial, reconvertida en centro cultural, un peldaño más de las inquietudes de la ciudad en las disciplinas de la creación y el pensamiento. Elevando los ojos, a principio y final, las lápidas con el epitafio y una estrofa del juglar, olvidadas, ajadas, apenas legibles. Descuido que es necesario, urgente y justo subsanar.

Hacia el frente, el agujero negro, atrayente sin escapatoria, de una seo que emerge como ídolo pétreo. Sorprende en milésima de segundo como susto emocionante,  pero igual de rápido acalla el sobresalto con el regalo percibido por los ojos. Esa visión es el cartel anunciador de lo que queda por ver.

Calle mecida por la luz tenue en el día y la oscuridad profunda y silenciosa de la noche, levemente iluminada  por fila de farolillos coquetones. En los ocasos soleados, el gran astro enfoca la piedra del templo, tornasolándola en un bermellón más religioso que profano.

ÁNGEL ALONSO

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