Andan las tierras de León sumergidas bajo medio metro de agua de unos ríos que se creían domesticados por gigantescos embalses. Ay, la madre naturaleza. Millones de metros cúbicos de hormigón repartidos por toda la geografía en acequias, muros, presas, taludes, puentes, viaductos, cunetas, tuberías y encauzamientos y llegan un par de esas borrascas atlánticas a las que los norteamericanos bautizan con nombres cursis y rompen la lógica de la civilización moderna y se impone la salvaje naturaleza. En la época de la expiación, los agricultores sacaban a las vírgenes y a los cristos en rogativa para paliar la cólera de Dios, quien castigaba los pecados de los hombres mandando borrasca tras borrasca hasta que aprendieran la lección. Y así durante siglos.
Ahora, los tiempos han cambiado. Desde el puente de Cabreros del Río, Matías Llorente consulta desde su terminal de última generación las predicciones meteorológicas del infalible satélite norteamericano que nutre de datos a la AEMET española. Los augurios no son buenos. Se perderán las cosechas de remolacha y maíz, no se podrá sembrar el cereal de invierno y la supermoderna maquinaria agrícola no podrá entrar en los campos durante más de un mes. Esto no es vida. Lo que quiere decir que varias decenas de familias de agricultores decidirán en las próximas semanas que se acabó, que ya está bien de tanta cólera divina, y que se van a la ciudad. Agricultores que pueden soportar el cierre de consultorios médicos, la concentración escolar, subir a la torre del pueblo para tener cobertura de calidad, las cada vez menos frecuentes visitas del cura a la iglesia, el envejecimiento y las poco cuidadas carreteras, sin embargo no comprenden esta inesperada rebelión del agua, lo del cambio climático o lo que sea. Es la gota que colma el vaso.
Bueno, y la soledad ante la adversidad. Los alcaldes y concejales de los pueblos afectados no han dudado en ponerse las botas de agua y echar una mano a los vecinos, supervisar reacciones de emergencia y comunicar a la superioridad los efectos del temporal. Luego, de ahí para arriba, poca solidaridad, salvo contadas excepciones. El alcalde de León se acercó al desbordado cauce del Bernesga para grabar un mensaje tranquilizador; el consejero de Fomento viajó hasta La Robla para comprobar los efectos de la marea negra; y poco más. La comisión coordinadora de la Junta se reunió por primera vez cuando las aguas ya ahogaban los sembrados de media provincia. Cada vez es más difícil que lo políticos abandonen la confortabilidad de sus despachos y se decidan a pisar el terreno de la realidad. Ahora, antes de reaccionar se miden bien las competencias. Que vengan los de la Confederación, que la culpa es de ellos por no limpiar los cauces de los ríos. Volverán las aguas a su cauce y reverdecerán las críticas y las exigencias de responsabilidades entre las distintas administraciones. Al final nadie tendrá la culpa. La historia de siempre. Los elementos indomables.
La Armada Invencible de Felipe II fracasó por culpa de los elementos –y de la ineptitud humana, claro-. Quinientos años después la ineptitud humana sigue estando presente en la manera de ser de nuestros líderes, pero lo que nadie esperaba es la magnitud de la rebelión de la naturaleza en plena civilización tecnológica. Y todo hace indicar que esta rebelión ha llegado para quedarse. Es el cambio climático, la factura que la naturaleza pasa a los humanos por tantos siglos de agresión
Desde luego el autor no ha dado una en lo que a los americanos se refiere. Los nombres de las borrascas atlanticas que afectan a europa los ponen las agencias francesa española y portuguesa. Esas mismas agencias toman datos de la red de satelites europeos meteosat.