1. Un matrimonio acude al periódico El Mundo con la carta de suicidio de su hijo de 11 años para evacuar sospechas sobre el colegio y pedir que se investigue un supuesto acoso escolar del que la policía no halló indicios en su investigación. Lo comprendo. Nunca son demasiadas comprobaciones para algo que no se quiere creer. La incredulidad y la negación de la realidad son elementos habituales en el duelo. Pero suavemente les diría que se equivocan de culpable. No hay culpable.
2. Los niños no se suicidan es un mito derivado de otro gran mito, el de la tabla rasa. Niños como lienzos. En España se suicidaron en 2013, según el INE (Instituto Nacional de Estadística), nueve niños menores de 15 años. Y en Estados Unidos se suicida un niño al día, aproximadamente. Aunque no sería extraño que estas cifras estuvieran subestimadas, como señala uno de los expertos citados por el periódico: “para que el suicidio sea considerado como tal, tiene que haber deseo explícito de muerte por parte del sujeto, se tiene que tener la consciencia de lo que es la muerte”.
3. La investigación a fondo de la mayoría de suicidios (como de la mayoría de asuntos) demuestra que las causas son múltiples y algunas muy bien escondidas, como el trastorno mental. Es cierto que resulta fácil saltar desde el acoso, el aislamiento y el rechazo hasta el sentimiento de representar una carga para el resto, tan común en los suicidas. Pero saltar del acoso, siempre supuesto, al suicidio es un salto tan elevado como saltar desde un amor despechado o un desahucio.
4. En un estudio publicado en 1984 en la American Journal of Psychiatry sobre niños con una media de edad de 3 años y medio se descubrieron tres características importantes. Primero: la existencia de comportamiento suicida a esa edad. Segundo: la comprensión, por parte de la mayoría, de la naturaleza irreversible de la muerte. Y tercero: la similitud entre el comportamiento suicida de los niños y los adultos (intentos previos, gran tolerancia al dolor físico, mayor agresividad, sentimientos de rechazo y soledad, malos tratos, etcétera).
5. Las cartas de despedida. Uno se acerca a ellas con la esperanza de encontrar la verdad y casi siempre sale defraudado: “Ah, una cosa, espero que encuentres trabajo pronto Tata”. Parodias de postales enviadas desde el Gran Cañón, las catacumbas o las pirámides, como las describió el suicidólogo Ed Shneidman. Esta vez, sin embargo, el niño añadía algo de gran interés: “Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra forma de no ir”. Aunque escaso, al periodista le bastó para elevar al titular el acoso escolar. Es extraño que se decidiera por ahí y no por el abuso sexual. No en vano, el abogado de la familia le había contado que las muestras para determinarlo no habían sido analizadas jamás. Pero el periodismo acosador sabe que en un colegio suele haber más niños que profesores.
6. El psicólogo evolutivo John Tobby, en el imprescindible El nexo causal, la guerra moral y la errónea atribución del arbitrio: “Nuestras mentes han evolucionado para representarse las situaciones de un modo que resalte el elemento causal que podemos manipular para alumbrar un resultado deseado. Aquellos elementos de la situación que permanecen estables y que nos es imposible cambiar (como la gravedad o la naturaleza humana) quedaron excluidos de nuestra percepción de las causas”. Las explicaciones culturales de la conducta no tienen rival.
8. Los periódicos están adelgazando perniciosamente la línea que separa suicidio y homicidio. Obsérvense los casos de la enfermera que se suicidó tras una broma radiofónica, el de la concejal que se arrojó al vacío mientras la comisión judicial subía las escaleras durante un desahucio o el de este niño. ¡Como si la búsqueda de culpables en un suicidio no fuese una amarga redundancia!
9. Al finalizar este texto, el juzgado que archivó el caso en diciembre de 2015 lo ha reabierto. La decisión, lejos de avergonzarle, ha permitido que el periódico redoble su vileza: “Abusos sexuales en el colegio según el testigo que reabre el caso”, ha titulado. Apenas importa que en el texto, y ya concretando, se refiera a “juegos sexuales en los que participaban menores, junto con algún adulto, y que presuntamente habrían desembocado en un suicidio”. No. Lo verdaderamente grave es que en ese colegio, ya para siempre, los niños acosan, los profesores abusan y, entre todos, mataron a un niño. Todavía no he escuchado a nadie hablar de ese tipo de estigma.
Sergio González Ausina (Dénia, 1978) es periodista. Ha colaborado en El Mundo, El País y Factual y es autor de El periodista y la obsesión.