Astorga en la encrucijada

Por Juan Manuel Martínez Valdueza

Vivimos los ciudadanos de Astorga un momento apasionante y muy complicado. Tenemos ante nosotros quizá la única oportunidad que la democracia nos ha proporcionado para tomar las riendas de nuestra ciudad, y que no sabemos cuándo volverá a repetirse.

 

¿Cuál es la situación?

 

Todos sentimos la necesidad imperiosa de poner fin a la desconfianza en la clase política, basada no solo en el deprimente ambiente nacional que se filtra por todos los poros de la vida ciudadana, sino también en nuestra realidad local, donde un enmarañado tejido de intereses transversales no deja respirar a esta ciudad emblemática, impidiendo que se sitúe en el plano nacional e internacional que merece. Estos intereses, por muy lícitos y legales que puedan ser –cosa que yo no pongo en cuestión–, están ahí desde hace muchos años y a la vista de todos. La descarnada lucha interna de nuestra clase política no hace sino confirmar lo que apunto, y solamente la transparencia absoluta de la gestión municipal pasada, presente y futura –cuando llegue– podrá poner fin a tal desconfianza.

 

Pero hay otra realidad más preocupante, que es la derivada de la situación de precariedad en que vive una gran parte de nuestra sociedad astorgana. Más de mil familias, la cuarta parte de la población que, por un pudor mal entendido, sufre en silencio observando cómo sus problemas son transparentes o que, sencillamente, no existen. Y ante esto, de poco sirve hablar de baches, asfaltados, tejidos industriales y otros sueños y lugares comunes. El desarrollo y el bienestar serán consecuencia de la recuperación de la dignidad y de la confianza, solamente posible cambiando el todos contra todos por el todos con todos.

 

Frente a todo esto, la falta de vías democráticas fuera del sistema de partidos que ampara nuestra Constitución, hace que la corrección de la situación y la necesaria regeneración pase inevitablemente por ellos. Y no está en nuestras manos cambiar el sistema aunque sí urgir su mejoramiento dentro de los límites de convivencia que –para nuestra suerte– nos proporciona esa misma Constitución.

 

¿Qué se puede hacer?

 

En mi opinión, esto es una cuestión de valor personal y de convicción en que las cosas sí pueden mejorar contando con las personas adecuadas. Que también las hay, aunque para poder ser útiles tengan que subir a la palestra política, porque desgraciadamente no hay otra. ¡Hay que ser útil a los demás y salir a la palestra!

 

¿Seremos capaces los ciudadanos de Astorga de dar un paso adelante para dejar atrás a una clase política tan alejada de sus intereses y necesidades?

 

 

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