Astorga, altiva y rota

Escribo estas líneas con tristeza y esperanza. La tristeza viene al tiempo que derrite la cera –que se escurre en lagrimones– de las torres y perfiles astorganos acostumbrados a llenar postales y recuerdos peregrinos. ¡No era necesario despertar “Altiva” a golpe de escándalos e historias truculentas!

Y la esperanza… Esa viene porque Astorga tiene ahora, aunque haya sido a empujones, la oportunidad de entrar en el mundo real, el del común de los mortales del siglo XXI, a ese mundo sin alfombras y al que era casi ajena.

La catarsis impuesta desde fuera lleva el precio del “vía crucis” cuyo número de estaciones desconozco. Pero que deseo corto. Como el miedo a las públicas verdades en el ámbito de lo público, que siendo ancestral ha de pasar a ser anécdota.

Dice un conocido periodista leonés que solo desde fuera podía liberarse Astorga de sus cadenas y por algo lo dirá, que yo me pierdo por mi condición intrínseca de “afincado”, como por aquí me dicen, a pesar de que llevo en mis genes el maleficio leonés al menos desde el siglo XIII, según tengo comprobado fehacientemente y ni por esas.

El mejor escritor que ha dado esta tierra en muchas décadas, Andrés Martínez Oria, en su mundo literario recrea Astorga y sus historias en “Altiva”, universalizándola, sacándola de sus cimientos y llevándola al mundo exterior y, aunque ignoro el sentido que el autor le asigna al nombre, a sus lectores no se les escapa que además de emular sus altas torres, prevalecen en el mismo la soberbia y el orgullo.

Astorga rota en sus esencias y en el corazón de los astorganos, que ven con horror cómo una vez tras otra en los últimos años, y después de dos mil ¡que se dice pronto!, su presencia histórica y cultural, deseada y promovida en eventos y dispendios de resultado incierto pero, en todo caso, escaso, se ve arrasada en el amarillo, que todo lo llena en este mundo globalizado y fuera de cualquier carril, por otra presencia indeseable y morbosa.

El destino es incontrolable, incluso en “Altiva”. Al azar truculento se van sumando los acontecimientos previsibles. Consecuencia s, en una lógica redonda, de hechos conocidos en mayor o menor grado y por más o menos gente. Ahora lo serán de todos. Uno por uno y para el bien de Astorga y de los suyos. Van cayendo los velos, despacio pero van cayendo, de la política, de las coyundas en voz baja, de los intereses “contra natura” –estos sí “afincados” por derecho propio– y, en definitiva, de los lastres que harán de Astorga una ciudad moderna y lista para una nueva y brillante andadura.

No puedo ni debo escusarme con los guardianes de las esencias de esta tierra por haber querido en el pasado y querer hoy ventura y prosperidad para su pueblo, para sus gentes, merecedoras de más por muchísimo menos, como tampoco espero acogidas otrora deseadas en vano y hoy satisfechas plenamente en la intimidad de mis amigos, compensación más que merecida a mi elección tardía de terruño.

Astorga, sí. Y ahora, en la adversidad, más que antes.