Se declara enamorado de sus ovejas, pastor de nacimiento y quesero vocacional desde niño. Javier Manzano Figal, también ingeniero industrial y emprendedor, es a sus 27 años lo que podría definirse como el mejor ejemplo de un ‘anti ni-ni’. Estudió una titulación con bastantes salidas profesionales pero nunca abandonó el cuidado del rebaño en Barrillos de Curueño (León). Cuando terminó, dedicó el proyecto de fin de carrera a plasmar su sueño: fabricar queso con la leche que tanto esfuerzo le cuesta obtener -a él y a sus padres- en las instalaciones que gestionan en dicha localidad. Fruto de ese empeño, acaba de convertirse en realidad la Quesería Artesana Zarandiel.
“Yo soy pastor desde que existo y desde pequeñín quería hacer queso”. Así de contundente se muestra mientras explica que su madre le llevaba en un carrito con las ovejas y que se ha criado entre ellas. Rápidamente añade que, en contra de lo que pudiera parecer, en su familia no ha existido esa tradición y precisamente por ello sorprende aún más su afición, dedicación y empeño. Su abuelo regentaba el bar del pueblo y una tienda y su padre se dedicaba a la menta, un cultivo que dejó de ser rentable. El amor llevó a su madre a cambiar la ciudad de León por el pequeño pueblo en el que inició una nueva vida tras completar sus estudios de Empresariales en la capital.
Tenían 100.000 pesetas y el cabeza de familia decidió comprar 30 ovejas de desvieje en Benavente y gastar el resto del dinero en el transporte. Así empezaron. “Yo me crié con esa filosofía de trabajar con las ovejas y me enganchó. Estudié en La Vecilla, luego en los Jesuítas en León y después, Ingeniería Industrial en la Universidad de León. Es algo que me gusta y mucho. La hice porque es una carrera con salidas y me gustan los retos”, explica. Pero nunca dejó de atender el rebaño.
Terminados los estudios se negaba a cambiar de vida. Se centró en su proyecto de fin de carrera, en el que recalca que recibió bastante ayuda del Instituto Tecnológico Agrario (Itacyl). Quería plasmar su sueño de poner en marcha una quesería y cuando el trabajo estaba casi concluido tuvo que empezar de nuevo porque el planteamiento no seguía el proceso secuencial adecuado. Consiguió una subvención Leadercal, de ayuda al desarrollo rural, con un contrato condicionado, mucho trabajo por delante y un reto que en ocasiones parecía inalcanzable.
Fueron tiempos más que complicados para este joven que contagia la claridad de sus ideas, ésas por las que llegó a ver a sus padres y al resto de su familia decepcionados. “En un momento dado pensé que estaba cavando mi propia tumba. Me decían, hijo, tú sé ingeniero, búscate una buena mujer… El motivo por el que me iba era por la presión. Yo no soportaba que todo el mundo me viera como un fracasado, cuando estaba haciendo un trabajo en la sombra que nadie veía, además de estar con las ovejas”, explica.
Estaba todavía en un punto de retorno y, con todo el dolor de su alma, penso que tenía que irse. Le ofrecieron un puesto de trabajo en Zaragoza pero no lo aceptó. “Pensaba que o hacía esto o sería un desgraciado toda mi vida porque iba a estar haciendo lo que no me gustaba donde no quería estar. Y ahora estoy haciendo lo que me gusta, donde quiero estar y con mi gente”, reflexiona antes de matizar que “todavía queda mucho por pelear”. Una lucha a la que le ayuda la formación recibida en la Escuela de Pastores de Arantzazu (Gipuzkoa) y también en Cantabria y en Palencia.
El precio de un sueño
Javier, con una vida totalmente distinta a la de su hermana -estudiante de Enfermería que se mantiene ajena al mundo en el que él centra su existencia-, reconoce que prácticamente no tiene vida social. Eso sí, no perdona las tardes de los sábados con sus amigos (casi todos ingenieros) por el Barrio Húmedo de la capital. Y poco más, salvo alguna escapada de horas a la vecina Asturias, porque las 600 ovejas que tienen en la explotación familiar no le pemite más excesos. Menos aún, embarcado en la aventura de lograr sacar adelante sus mimados quesos.
Los ‘zarandieles’
“Estamos empezando. Me gustaría que llegara lejos”, comenta sobre el producto que comenzó a preparar hace pocos meses. Fabrican, entre otras variedades, queso de pasta prensada de oveja con leche cruda y también queso de pasta blanda tipo francés, de una maduración de 15-20 días, con leche pasteurizada. “Cuesta mucho trabajo. Hay que atender el campo, dar de comer a las ovejas y ordenar. Sacas la leche con tal esfuerzo que poder presentarla como queso al consumidor tiene un valor emocional importante”, afirma con entusiasmo.
Lejos de pensar en otros negocios similares como competencia, agradece -especialmente a la quesería Abuelo Aitalas y también a El Palacio de Toral y Mucientes-, así como a sus profesores de la Universidad, el apoyo que le han dado para poder poner en marcha la Quesería Artesana Zarandiel-Valle del Curueño, que lleva el nombre del valle en el que pacen sus ovejas.
No cuesta suponer que con la voluntad férrea que muestra en sus palabras y demuestra con hechos consiga todo lo que se propone. Su entrega le lleva, como dice, a aguantar el barro, el abono, a trabajar sin tregua. “Estos días he comido un bocadillo en el tractor porque no me ha dado tiempo a más”, dice sin lamentarse antes de concluir que su modo de vida no sería soportable si estar con las ovejas no le produce una enorme sensación de bienestar que compara con el enamoramiento y porque “desde pequeñín decía que quería fabricar queso y verlo hecho realidad es una gran satisfacción”.