RECREACIÓN HISTÓRICA

Don Suero de Quiñones vence en el Passo y se libera de la prisión de amor por Doña Leonor

Pendones, malabares, bailes, cortejos, y la esperada actuación de los caballeros dan lustre a la tarde de las Justas de Hospital de Órbigo

Es el año 1434. El Puente sobre el río Órbigo es el lugar acordado para mantener una promesa. Un “fecho de armas”. Don Suero de Quiñones, preso de Amor por Doña Leonor de Tovar reta a todo aquel hombre de su misma condición que intente cruzar el paso a combate singular. Es el “Passo Honroso”, son las Justas de Hospital de Órbigo.

Pendones, malabaristas y bailes para entretener a la villa

El día grande de la Villa de Hospital de Órbigo es sin duda el que el condestable de Castilla, Don Álvaro de Luna ha elegido para las Justas del Passo Honroso. Toda la localidad se llena de curiosos, peregrinos, nobles, vasallos, clérigos y viajeros de todos los reinos para asistir al acto más espectacular que jamás se haya visto. La gesta de un caballero que honrará su amor por una dama exponiendo su vida a las lanzas de todos los que osen desafiarle.

El palenque estaba dispuesto este domingo. Y mucho antes de que las Justas dieran inicio las gradas del palco ya empezaban a estar ocupadas por todos aquellos que no querían perder la oportunidad de disfrutar del espectáculo desde la mejor localización.

El plato fuerte lo ponían los caballeros pero para abrir boca los organizadores del Torneo habían dispuesto una gran variedad de entretenimientos con los que los asistentes disfrutaron enormemente. La cetrería, ese arte de domesticar y criar aves salvajes no dejó indiferente a nadie. Las rapaces volaron a las órdenes de sus amos arrancando los primeros aplausos de la tarde.

Poco sobre el puente se iba dibujando la silueta de un cortejo precedido por los pendones del reino. Tras ellos el corregidor de la Villa, Enrique Busto, el Mantenedor de la Justa, Julio Andrés Gutiérrez y todo su séquito; frailes, músicos, acróbatas que deleitaron con sus piruetas y sus malabares a cuantos había en el palenque.

Llegó el momento de la belleza y la sensualidad a través de las danzas. Las damas más hermosas del reino depositaron ramos de flores ante los tronos de honor y danzaron para todo el público. Entre ellas destacaba la belleza de una joven: Doña Leonor de Tovar, por cuyo corazón se cruzarían las armas bajo el puente.

La gesta de un caballero

Don Álvaro de Luna llegó a la arena de la liza con los abanderados de los caballeros participantes en el Torneo. Con permiso del Rey Don Juan II autorizaba el comienzo de la Justa.

Cinco caballeros lanza en ristre aparecieron al galope de sus corceles y el público explotó en un clamor que animaba a cada uno de ellos. El gris, el blanco, azul, verde y uno al que todos aclamaron con ahínco: el Caballero Rojo, Don Suero de Quiñones que sobre su negra montura recorrió el palenque desafiante.

Doña Leonor colocó alrededor del cuello del valiente una argolla de hierro forjado; símbolo del corazón del caballero preso de amor por ella y que tan sólo se vería liberado de ese peso saliendo victorioso en buena lid.

El condestable de Castilla hechas las presentaciones y con todas las formalidades cumplidas exclamó bajo el griterío de la muchedumbre: “Que comience el Torneo”.

Pruebas, trampas, reyertas y honor

Comenzaron los caballeros enfrentándose a un artilugio articulado que hacía las veces de oponente. Sus lanzas debían golpear el escudo del “maniquí” y esquivar el mazazo que la estructura devolvía. El héroe del Torneo sería el claro vencedor de la prueba que no sólo cumplió con los requisitos exigidos por el organizador si no que acabó por derribar el muñeco de entrenamiento.

Tras ello se puso a prueba su destreza con las armas arrojadizas. A pleno galope se esperaba que acertasen venablo en mano en el mismo centro de una diana. El Caballero Blanco que realizó la tarea a ciegas con la cabeza cubierta conseguiría hacerse con tanto. El Azul intentó forzar a un niño que arrebató del público para usarlo como diana. Su salvaje temeridad fue amonestada por el juez de la Justa.

La tercera de las aptitudes de habilidad con las armas que los caballeros tuvieron que enfrentar fue la de recoger con la punta de la lanza unas anillas que colgaban de una viga. No pudo en esta ocasión Don Suero hacerse con la victoria y alguno de los competidores se valió de algún truco para multiplicar el número de capturas. De nuevo el Caballero Azul comenzó a armar revuelo. Lleno de ira gritaba y retaba a muerte acero en mano. Ante tal situación, Don Álvaro de Luna no tuvo más remedio que expulsarlo de la Justa entre los aplausos del público.

Llegó entonces el momento de los retos. Los combates singulares eran lo que todos los asistentes estaban deseando ver. Caballos al galope con sus jinetes lanza en ristre. Buscando “facer Sangre” arrancaron los primeros enfrentamientos. Pronto se verían las primeras bajas en la lid y sorprendentemente el Caballero Azul regresó dispuesto a vengarse por haberse visto fuera del Torneo atreviéndose a desafiar a cualquiera. Con todos los caballeros exhaustos o fuera de combate Don Suero de Quiñones fiel a su honor de hombre de armas aceptó el reto del taimado Caballero Azul. Derrotándolo en combate el héroe del Passo se convirtió en claro vencedor del Torneo y su amada, Doña Leonor, pudo liberarlo del pesado collar de hierro que colgaba de su cuello.

Lucha entre Don Suero y el Caballero Azul./ C.C.U.
./C.C.U

Una tarde épica la que ha vivido este domingo la Villa de Hospital de Órbigo. Es posible que más adelante pueda repetirse hecho tan insólito como este. Mientras tanto, trovadores, juglares y escribanos contarán las hazañas que se vieron bajo el Puente de Órbigo. Contarán la historia de Don Suero de Quiñones y de las Justas del Passo Honroso.

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Un comentario en “Don Suero de Quiñones vence en el Passo y se libera de la prisión de amor por Doña Leonor

  1. y casi 600 años mas tarde, aún quedan algunos que se siguen dando de tortas por una mujer. Al menos en 1434 no se quedaban con los niños, el palacio, los caballos, las carretas…

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