¡Allá ustedes!

Dice Pedro Sánchez, el líder (actual) del PSOE, que los españoles estamos cabreados. Y es verdad. Y no nos faltan motivos:

Estamos cabreados porque llevamos demasiados años gobernados, acá y allá, por inútiles, ignorantes, ineficaces, mindundis, arrogantes, sospechosos de corruptos, imputados por corruptos, condenados por corruptos…

Y todos miran para otro lado cuando se les exige que depuren responsabilidades y fulminen, para siempre, a aquellos alcaldes pedáneos, concejales, alcaldes, consejeros comarcales, diputados provinciales, procuradores autonómicos, diputados nacionales, senadores, parlamentarios europeos ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­ -¡joder, cuántos sueldos!- sobre los que haya fundada sospecha de que están metiendo –como decía un amigo muy querido-  la mano en el cajón del pan.

Estamos cabreados porque nos cuesta mucho llegar a fin de mes con unos sueldos menguantes que han posibilitado el nacimiento de otra clase social, la de los pobres con trabajo, que  aún recuerdan con nostalgia aquellos tiempos en que los mileuristas les daban una pena tremenda.

Estamos cabreados porque nuestros hijos, esos que formaban parte de “la generación mejor preparada de la historia”, languidecen en casa o se van, por decenas de miles, al extranjero, no por el espíritu aventurero que los impulsa, como decía una ministra bastante estúpida, sino a buscarse la vida fregando platos o haciendo churros en los mercadillos. Actividades muy dignas pero que añaden muy poco  a sus currículos de ingenieros, economistas o doctores en derecho internacional, y  que acaban convencidos de que la sociedad los ha timado.

Estamos cabreados porque los bancos, responsables cualificados de los problemas que nos embargan, que crecieron y se desarrollaron con NUESTRO DINERO, siguen ejecutando embargos, siguen cobrando intereses hipotecarios con cláusulas abusivas, siguen negándose  a devolver el dinero que captaron de  forma fraudulenta y, además, siguen poniendo mil pegas para prestar dinero a quienes tienen el valor de emprender algún negocio o comprar una vivienda.

Estamos cabreados porque, aunque nos han repetido hasta la saciedad que “ante la justicia todos somos iguales”, tenemos la sospecha de que algunos son más “iguales” que otros, al saber, por ejemplo, que el Consejo general del Poder Judicial despidió a una trabajadora con baja maternal, o  que el Sr. Fabra, condenado a cuatro años de cárcel,  está en su casa tan tranquilo esperando a que se resuelva su petición de indulto. El resto de los mortales espera el indulto en la cárcel.

Y en medio de este cabreo, surge un nuevo partido que capta las simpatías  de cientos de miles de  españoles de distintas procedencias ideológicas, Podemos.

Siempre es buena la llegada de una nueva opción política.  Y si menea las ramas con energía, tanto mejor. Nada que discutir. Sólo algunas preguntas.

¿Cómo encajar que un partido que defiende la libertad de prensa ensalce al Presidente Maduro, que cierra los medios de comunicación venezolanos que no le son afines?

¿Qué credibilidad puede tener alguien que dice que acata las leyes y al mismo tiempo llama a la desobediencia si no se puede  celebrar la consulta en Cataluña?

¿Cómo  se puede tomar en serio a un partido cuyo portavoz asegura que ellos aceleraron la abdicación de Juan Carlos, el padre del Rey?

¿Se puede afirmar sin pruebas definitivas  que la policía dio droga a los jóvenes para frenar el avance de ETA?

Cuando expropien un banco, ¿van a pagar la expropiación o se van a limitar a darles una tiza para que lo apunten en el techo?

¿Han hecho un cálculo de lo que va a costar la Renta Básica Universal, a razón de 600 euros por ciudadano y mes?

Creo que el mayor riesgo que corre “Podemos” es el de morir de éxito haciendo propuestas absurdas,  irrealizables o contradictorias con las que ir arañando votos, a derecha e izquierda, de esos ciudadanos cabreados.

Algo así como soplar y sorber, al mismo tiempo. Habilidad que, de momento, sólo  se le reconoce al Presidente Rajoy.

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