Para el que no conoce Astorga seguramente no alcanzará a comprender el profundo sentido de lo que voy a intentar explicar. Sin embargo, quizás estas palabras puedan acercarle a esa realidad, casi mítica, que tan solo unos pocos miles de personas -cada vez menos a decir verdad- hemos vivido.
El mes de agosto es en nuestra piel de toro y solar patrio sinónimo de vacaciones, de verano, de fiesta, de descanso, de piscina, de viajes, de familia, de amores y de un sin fin de cosas más. Pero en Astorga, nuestra patria chica, es sin duda tiempo de vida como ningún otro mes del año. La Bimilenaria permanece sumergida en una rutina como al tran-tran, donde el tempo es radicalmente distinto al de ciudades mayores. En la Era de la Globalización, lo urgente se convierte en lo único importante, despreciando por ello el valor de lo obtenido mediante paciencia y esmero. En Astorga eso no pasa. Quien venga con prisas aquí se marchará con las mismas prisas con las que vino. Las prisas para las Urgencias del Centro de Salud y poco más.
Es por ello, por el que toparse con los vecinos, conocidos y amigos; saludarse, aunque nos veamos a la vuelta de la esquina de nuevo o incluso varias veces al día, charlar sobre cualquier cosa intrascendente y mantener las mínimas normas de educación y conducta es habitual entre los astorganos. El astorgano abandona su fortín interior del resto del año, su estar centrado en sus cosas, para en agosto como si de un girasol se tratara sonreír abiertamente y levantar la vista cuando viene de acá para allá. El frío se torna calor. Las calles se llenan de viandantes. Nadie es extraño ni forastero. Lo mismo tienes por compañero de terraza a un peregrino sudoroso que a un repulido profesor de arte venido de Alcañices a ver la maravilla del Palacio de Gaudí, la madre de todos los templos diocesanos, la Catedral y demás monumentos de la ciudad. Es curioso cómo se nota la visita de cada vez más orientales en grupo sacando a la vez instantáneas de las campanadas del Consistorio con los maragatos dando las horas.
Es cierto que Astorga va, poco a poco, quedando con cada vez menos vecinos. La edad avanzada de la mayoría imprime su propio carácter a la urbe. Que la chiquillería juegue de nuevo en el Parque Infantil, en la Plaza Mayor y en espacios abiertos casi sin tráfico es algo que siempre me lleva siempre al más inmediato pasado de la infancia de uno mismo. La Plaza de “San Bartolo”, la “calle sin circulación” en Santa Marta y otros puntos más servían de campos de fútbol improvisados con porterías hechas con carteras, jerseys o cualquier otra cosa que se nos ocurriera. Y el Jardín, antes Parque del Generalísimo y ahora de la Sinagoga. Paparruchas. El Jardín sin más para todos nosotros hartos de la política enclavada en términos y formas del siglo pasado. Las chapas en la arena, guardias y ladrones, San Fermín en torno al templete de música, a las esquinas, la Fuente Moruna birlada de la noche a la mañana, el terrible alambre de espino en los setos, la rosaleda con rosas y no como ahora, los caracoles después de cada tormenta, las toneladas de pipas consumidas al borde de los cubos de la Muralla, las patatas y refrescos del señor Santos y doña Pilar, la pista de baile, el “señor ese tan serio” del busto (el diputado Prieto Gullón), el estanque rematado de ladrillo con peces y luces en el fondo, los asquerosamente siempre sucios urinarios, las actuaciones de Gorgorito en Fiestas, los conciertos de la banda o los prohibidísimos paseos en bicicleta desde allí a Blanco Cela una y otra vez esquivando la riña de los entrañables guardias locales.
Agosto fue también el mes de los primeros amores, los primeros besos en un banco del Paseo de la Muralla que nombran Blanco de Cela, de los cigarrillos furtivos, de muchas luces y algunas sombras, de frio y de calor, de vivencias en días interminables con puestas de sol mirando al Teleno. Agosto era llenar la casa de hermanos, primos y amigos. De gaseosas UMESA con sabor a naranja, de calamares los domingos con los padres y pasteles para el postre. Sumergirse rezungando los sábados en la bañera para rascar las ennegricidas rodillas, vestirse de sandalias blancas o azules y eterno pantalón corto recién peinados para llegar puntuales a misa de diez con don Antonino y don José Benito. Fardar de recién estrenadas Paredes y Yumas, incluso más tarde de Adidas frente a los amigos. Quedarse sin propina semanal el martes e ingeniárselas para seguir pasándolo bien.
Las acampadas en Castrillo, en La Forti, en el Pico del Halcón, en el Pantano de Villameca…La bicicleta y un sin fin de recuerdos más también eran sinónimo de agosto, de verano y de…LIBERTAD.
Cuánto daríamos muchos de los nacidos desde los 60 hacia atrás para que nuestros hijos ahora y nietos después pudieran vivir muchos agostos en Astorga.
Astorga, en agosto y todo el año, es esto y mucho más, Porque es vida, es atalaya, es lucha cotidiana para dilatar el alma, es ilusión de soñar para que cada día el Teleno esté más cerca y para que la nieve no se derrita tan pronto. Es evocación de veinte siglos de una historia rica historia vivida y también contada para los que somos y para los que vendrán. Astorga también es armonía, silencio sagrado, cultura poseída y deseada: poseída por los que enseñan,deseada por los que aprenden. Ojalá que los que la dirigen y los dirigidos sean capaces de hacer que Astorga vuelva a ser empresas que crecen, que distribuyen trabajo, que invitan a mantener la esperanza de que las jóvenes generaciones no tengan que emigrar tan tempranamente, sin haber podido disfrutar el alma de la ciudad en la que han nacido, en la que se han formado, en la que hubieran querido quedarse y envejecer. Y que siga siendo catedral que fascina, que reparte vida interior, que emociona a quienes la contemplan con alma ilusionada; que siga siendo seminario formador y forjador de vocaciones de entrega para que pueden seguir intentando que la diócesis que nació muy cerca del principio del cristianismo siga dando luz a cuantos caminan peregrinando, romeros jacobeos, de ida y de vuela por sus caminos hacia la meta de la felicidad que buscamos los nacidos bajo sus estrellas. Los agostos de Astorga, y la Astorga de todos los agostos serán más fecundos si todos astorganos sembramos la maravillosa semilla del amor traida a ella por la fe en el Señor que ofrece la salvación.JAJ
Muchísimas gracias don José.