La edad es uno de los mejores antídotos contras las emociones. Aunque, la verdad, es que hay casos como el de Almería de estos días que provocan un nivel de indignación difícil de aguantar. Cada día estoy más convencido de que la realidad siempre supera a la ficción, sobre todo a la hora de analizar el mal. No hay guionista, ni siquiera Tarantino, que pueda acercarse a comprender los mecanismos de la maldad. Ni siquiera el psicoanalista leonés Luis Salvador Pérez Herrero, quien ha investigado el mecanismo del mal en más de cuatrocientas páginas de su magnífico libro “El infierno de los malditos. Conversaciones con el mal”, puede hacernos entender la génesis del mal, por mucho que nos ponga ejemplos claros como Alcibíades, Calígula, Nerón, Inocencio III, Sade o Rimbaud. Qué buen libro podría escribir sobre la autora del crimen del niño de Almería, en este inicio del siglo XXI y en un país que consideramos moderno como España.
Valga esta reflexión sobre el mal para buscar en el otro lado, es decir, en la bondad, el ejemplo del exalcalde de Ponferrada, el socialista Celso López Gavela, fallecido hace unos días. López Herrero insiste en que el bien no existe, quizá sea verdad, pero López Gavela ha tenido que ser lo más cercano el bien, al menos en la política berciana y en la leonesa en general. Y eso que no son tiempos para hablar bien de los políticos. Pero es que Celso era de otra época, de los tiempos de la Transición, de los momentos históricos del compromiso, del valor y de la generosidad. De la altura de miras y de la planificación a medio y largo plazo. Él pensó y dibujó la Ponferrada del futuro, sin importarle las obligaciones electorales cortaplacistas. Ay, qué tiempos.
Comenzaba yo en aquellos años de la década de los ochenta a escribir mis primeros artículos de opinión política bajo el título general de “Crónicas bercianas”. Cuántas veces fue López Gavela diana de mis críticas y nunca manifestó el más mínimo reproche. Al revés, más de una vez me llamó a la redacción con aquella voz de viejo profesor para explicarme, con absoluta educación, que yo estaba equivocado en una cosa o en otra y que, por lo tanto, mis valoraciones no tenían fundamento. “Anda pásate por la Alcaldía y lo aclaramos”. En esas conversaciones de pasillo aprendí lo que es la tolerancia y el respeto.
Se reía López Gavela cuando le calificaba de líder del sector vaticanista del PSOE leonés. Era el fiel reflejo de ese talante tranquilo, pero contundente. Pocas veces he visto a un político local enfrentarse de forma tenaz y con la máxima educación ante los intereses de quien en aquella época trataba de perpetuar en Ponferrada su caciquil presencia: la MSP, la superpoderosa empresa minera, ama y señora de horca y cuchillo de medio Bierzo y de sus gentes. Hasta que las buenas maneras de Celso López Gavela doblegaron tanta prepotencia y arrogancia. Y Ponferrada cambió, y con décadas de retraso, entró en el siglo XX y puso un pie en los umbrales del XXI. Pocas veces una ciudad le ha debido tanto a un solo hombre.
No pude asistir a su sepelio. Y casi me alegro. Ya he dicho muchas veces que en España somos maestros en la organización de grandes entierros. Puro teatro. A los bienhechores hay que reconocerlos en vida. López Gavela nunca esperó reconocimiento alguno. Siempre actuó en conciencia y no buscando el fácil halago. Se nos ha ido uno de los grandes políticos leoneses. Sin ruido. Apagándose poco a poco. En silencio. Con la satisfacción del deber cumplido. Y sin darle importancia a que su recuerdo sólo quedará en el corazón de unos pocos. Así eran los viejos vaticanistas. Inteligentemente irónicos.