En el Bierzo hay muchos Adelinos. También muchos Albinos, Anianos, Honorinos, Laureanos y otros nombres que parecen de Italia. Don Adelino Pérez y López-Boto fue un vecino singular de Ponferrada que tuvo en la avenida de la Puebla un negocio de loterías y de juguetes donde convivía el juego del Palé con el otro Palé de verdad, el de los premios en dinero real.
Aparte de su trabajo, don Adelino Pérez, aquel señor bajito, cortés y delgado, todo corbata y lentes, también era un escritor humilde, muy vinculado a su tierra. Por algo concibió una pintoresca obra de teatro en la que todo era fiesta, churros, bares de la zona vieja, chulapos de Ponferrada y al fondo, siempre, la virgen de la Encina, de la que era muy devoto.
Don Adelino era, además, dueño de un tesoro muy importante: tenía una de las mejores colecciones de fotos antiguas del Bierzo. Fotos que salieron a la luz en 1995, en un libro compilado por el periodista y escritor Valentín Carrera. El libro de las fotos de don Adelino, que aún debe de andar en la trastienda de alguna librería, nos hizo a los bercianos más ricos en memoria, ese patrimonio raigalque es tan necesario como misterioso.
Creíamos, de niños, que Ponferrada, había sido precariedad y confusión hasta que nosotros nacimos en ella, paseamos por sus calles, fuimos al colegio. Pero ya en la adolescencia supimos quela ciudad no se había hecho para nosotros exclusivamente. También era de nuestros antecesores. Algunos de ellos aparecen en las fotos que don Adelino fue reuniendo año tras año. Ponferrada también había sido, humildemente, de aquel peón que coloca el adoquinado en la plaza del Ayuntamiento en 1935 y del anciano de tedio que contempla su lento trabajo. También del funcionario (no se le ve, pero seguro que estaba allí) que espía al otro lado de las cortinas del ayuntamiento al peón y al anciano suspendidos en el tiempo eterno de las fotos de don Adelino Pérez.
La ciudad fue del ciclista que cruza la avenida de España hacia 1950, junto al viejo “Renault” negro que yo, años después, llegaría a ver tantas veces. El mismo coche. En su destino fronterizo, en su crecimiento caótico, en la épica minera que habitaba sus arrabales, Ponferrada era plenamente de aquelhombre de pantalón oscuro, camisa blanca y gafas negras que pasajunto a la barbería de Víctor Ruiz en los años cuarenta. Tal vez luego entró allí, y estuvo leyendo el periódico mientras esperaba a que le cortasen el pelo. Pero quizá no entró en la barbería y continuó su marcha bajo el sol de junio hasta la tienda de don Adelino, donde compró un décimo de la lotería. Oun juego del Palé para su ahijado.
La fotografía es eterna, mágica y reveladora. El blanco, el negro y la infinita escala de los grises tal vez cuentan el mundo mejor que ninguna otra aproximación a la verdad. Porque lo cuentan y, a la vez, lo sugieren, lo inventan, lo hacen inagotable y lírico. Las fotos de don Adelino Pérez eran el testimonio de su amor por la ciudad y por el tiempo. Los juguetes perpetuos que nos legó aquel hombre flaco, honorable y local.
CÉSAR GAVELA