Gilbert Keith Chesterton afirmó: “La corrupción política es el talón de Aquiles del liberalismo”. Fue uno de los más importantes escritores británicos del siglo XX. Cultivó prácticamente todos los géneros literarios, aunque él se consideraba esencialmente un periodista. Al igual que Arthur Conan Doyle hizo uso de un estilo preciso y directo que permite al lector familiarizarse rápidamente con su obra.
Chesterton, debido a su carácter, fue un polemista y como se diría en lenguaje común, las lió muy gordas con sus escritos. La frase con la que comienza este artículo generó gran consternación en la clase política británica allá por los comienzos del siglo XX, cuando el referido denunció la implicación de algunos parlamentarios en el denominado “Caso Marconi” por haber cobrado presuntas comisiones ilegales en la adjudicación de ciertos contratos.
En una época en la que no cabía pensar que los políticos británicos pudieran incurrir en ningún tipo de irregularidad. El autor denunciaba la hipocresía social propia de la época Victoriana, de dar por supuesto que los servidores públicos eran honestos y precisamente, eso, servidores públicos.
La corrupción en sí misma no es nada más que un concepto y una realidad que nos acompaña a nuestra naturaleza humana. Siempre ha existido y existirá. Esto, los antiguos romanos, que eran muy prácticos, lo tenían asumido. Tan interiorizado lo tenían, que dentro de sus instituciones crearon la figura del Censor para que velara por el cumplimiento de las obligaciones morales, principalmente de políticos y funcionarios. Se elegía para esta función a los considerados como más íntegros. Especial renombre alcanzó “Catón el Viejo” de modo que ha pasado a la Historia como sinónimo de integridad y austeridad.
Quiero decir, pues, que en unos momentos donde el término corrupción es quizás uno de los más pronunciados y que tanto escándalo nos produce, no es nada nuevo, al contrario, es algo tan viejo como nosotros mismos. La naturaleza humana, es muy compleja y contradictoria. Es su grandeza y para Nietzsche también su miseria que demuestra la debilidad del ser humano.
La corrupción va unida al afán de poder, afán que es implícito en todos nosotros desde que somos niños. Sólo el Superhombre liberado de las contradicciones humanas podría estar al margen de la corrupción según nuestro querido filósofo. Ni siquiera el asceta se ve privado de las tentaciones y sus votos se de pobreza, humildad y castidad están permanentemente en riesgo por las amenazas de los sentidos y por un entorno hostil a las virtudes humanas.
Cuando hablo de entorno hostil me refiero al predicamento que otorgamos al éxito y al dinero, anteponiéndolos a virtudes como la integridad y lealtad, por ejemplo. No se trata de culpar a nadie ni demonizar ninguna profesión, arte u oficio, se trata de reconocer que somos lo que somos. Purísima Concepción, que yo sepa, solo existe una y de ahí para abajo todos tenemos nuestros demonios particulares como también conocían perfectamente los romanos.
Siempre habrá personas corruptas como siempre habrá personas incorruptibles. Nuestra sociedad, no es nada original en este aspecto, quizás ahora se tenga un mayor conocimiento de este hecho por ser una sociedad más transparente y donde el ciudadano tiene un mayor protagonismo.
Si en la voluptuosa Roma eran capaces de encontrar candidatos al puesto de Censor, no debemos perder la fe en el ser humano y, aceptando que hay personas que se dejan arrastrar por móviles ilegítimos, también debemos aceptar que quedan muchas personas íntegras en todos los campos de la acción pública que velan por el interés general.
Chesterton, aunque polémico, rayando la belicosidad en sus postulados, era un hombre de fe. Fe en el sentido religioso y fe en el ser humano. Sus ácidas críticas llenas de fina ironía inglesa hacia la sociedad de su tiempo, nunca le condujeron a perder esa fe en sus semejantes. Creo que debemos seguir su ejemplo.