A la presumible alcaldesa de Madrid y a quien en realidad gobierna sobre ella: He leído que han previsto eliminar del callejero de Madrid más de trescientos nombres. Agustín de Foxá, José María Pemán, Salvador Dalí, Santiago Bernabéu – no hay huevos–, y Pedro Muñoz-Seca, entre otros. Por franquistas. Permítanme que hoy me ocupe exclusivamente del último. Nació en el Puerto de Santa María, se doctoró en Derecho y Filosofía y Letras en Sevilla, se instaló en Madrid para cumplir con sus sueños de autor teatral y estrenó en la Capital de España 187 comedias.
Casado y con nueve hijos, la segunda de ellos, mi madre.
Don Pedro pudo ser franquista, pero sus antecesores en el odio no le permitieron la libertad de elegir. En julio de 1936 estrenó en Barcelona, en el Teatro Poliorama, su comedia la «La Tonta del Rizo». No iba con segundas porque no conocía a la señora Carmena. En Barcelona fue detenido y llevado a la prisión-checa de San Antón. Y cuatro meses más tarde, el 28 de noviembre de 1936, torturado y asesinado en Paracuellos del Jarama, sacrificio que compartió con otros cinco mil españoles, más de un centenar de los cuales eran menores de edad. Hijos de militares. Pena de muerte.
Don Pedro, que no le hizo mal a nadie y bien a muchos , perteneciente a la clase media andaluza, era el segundo varón de la familia, precedido por su hermano don Francisco, médico del Puerto de Santa María y seguido por su hermano don José, pediatra con toda su carrera desarrollada en Madrid. Hasta que pudo vivir y mantener a su familia con sus éxitos teatrales, trabajó en el bufete de don Antonio Maura e impartió clases particulares a domicilio de Griego, Latín y Hebreo. Entre sus éxitos, a punto de cumplirse el centenario de su estreno, destaca «La Venganza de Don Mendo» la obra teatral que comparte con «Don Juan Tenorio» de Zorrilla, el honor de ser la más representada en la historia del Teatro en España.
Don Pedro era colaborador de ABC, lector de ABC y suscriptor de ABC, entre otros motivos por su estrecha amistad con don Torcuato Luca de Tena. Y era monárquico. Su amistad con Don Alfonso XIII está documental y visualmente demostrada. Podían quitarle ustedes la calle por monárquico y lector de ABC, pero no por franquista, que podía haberlo sido, pero sus antecesores en el odio lo asesinaron antes de que pudiera elegir.
Siendo portuense y vecino de Madrid, su gran amor fue San Sebastián. Allí, en el Teatro Victoria Eugenia, estrenó una decena de obras. Se enamoró de una villa de Ondarreta. Era amigo de los Llobregat que tenían una casa «Toki Ona», que significa «Villa Grande», y de los Satrústegui y Padilla, propietarios de «Toki Eder», «Villa Hermosa». Mi abuelo quiso bautizar a su casa «Toki El Timbre», pero no pudo hacerlo porque ya, sus antecesores en el odio, lo habían asesinado. Cuando se confirmó su muerte, Don Alfonso XIII le envió desde el exilio una carta a mi abuela, con el sobre manuscrito: «Dª Asunción Ariza, Viuda de Muñoz-Seca. ‘‘Villa Toki El Timbre’’. Ondarreta. San Sebastián. España». Los Muñoz-Seca no vivían allí, pero la carta llegó.
Durante el cautiverio –horas y horas pasé junto a sus compañeros supervivientes conociendo detalles–, Don Pedro se convirtió en el repartidor de optimismos y esperanzas. De cuando en cuando aparecía por ahí el despreciable Gálvez, uno de los más abyectos personajes de la época, visitador de checas y ejecutor de quienes consideraba sus adversarios. Don Pedro había ayudado a Gálvez, un mal poeta, a sobrevivir durante años. El 27 de noviembre, le llegaron rumores de su inmediato «traslado» a Valencia. Ya lo había firmado Santiago Carrillo. Se trataba de unos «traslados» a Valencia muy fugaces, por cuanto el traslado finalizaba siempre en la hilera de la muerte de Paracuellos, ante el pelotón de fusilamiento del Frente Popular.
Don Pedro se encerró con el padre Ruiz del Rey, en una celda en la noche del 27. Salió fortalecido. De su puño y letra escribió a su mujer la última carta. Está fechada el 28 de noviembre de 1936, horas antes de ser pasado por las armas. En la carta, que le llegó a mi abuela a través del encargado de Negocios de México con tres años de retraso, don Pedro le relaciona las pequeñas deudas que ha dejado entre sus compañeros. Tranquiliza a la familia. Manda un profundo beso a sus hijos y les hace ver que su sacrificio es por España. Ordena a su mujer que se ocupe de su madre, allá en el Puerto de Santa María. Se reafirma en su Fe y le ofrece a Dios todos sus sufrimientos. Perdona a sus verdugos. Es una carta de dos cuartillas, emocionante y sintética. Algunos de sus hijos murieron sin leerla. En la postdata la última frase: «Como comprenderás voy tranquilo y libre de culpas».
A las seis de la mañana se oyó su nombre. Abrazos y despedidas. Los milicianos «Dinamita» y Riquelme –sus antecesores en el odio–, le arrebataron el abrigo, rompieron sus gafas y para humillarlo, le cortaron sus largos y célebres bigotes. Con un alambre le ataron las muñecas y lo llevaron al camión de los afligidos. Ya en Paracuellos, pidió un cigarrillo. Había sido un fumador empedernido y llevaba diez años sin fumar. Un miliciano piadoso se lo encendió y lo puso en su boca. «Cuando queráis. Dentro de poco estaré en un lugar muchísimo mejor que éste».
A las 8,23 de la mañana, junto a ciento tres compañeros de martirio, se puso ante las ametralladoras, algunas de ellas manejadas por brigadistas internacionales. No pudo abrir los brazos porque los tenía atados con los nudos de bramante. Gritó «Viva España y Viva El Rey».
Y cayó a saco, con la cabeza rota y el pecho atravesado. Sus huesos descansan en una de las inmensas fosas comunes.
Sus antecesores en el odio, presumible señora alcaldesa de Madrid y el Coletas que en Madrid manda, lo fusilaron cuando contaba 57 años de edad. No había hecho mal a nadie. Ustedes, ahora, los herederos del mismo odio, lo quieren fusilar de nuevo borrándolo del callejero de Madrid. Toda una vida cultural desarrollada en Madrid, y de nuevo, la ráfaga de los disparos del rencor.
Alfonso Ussía para La Razón
Confío en que la sensatez debida de los políticos les lleve con sus actos a recuperar la confianza de los ciudadanos y a dejar el infeliz pasado para la conciencia y para la Historia. Lo contrario, mal asunto y gran decepción.