Todavía es motivo de tertulia apasionada, análisis y discusión los ecos del clásico futbolístico acaecido con motivo de la final de Copa de hace unos días. Entre limonadas, torrijas y procesiones, unos y otros se consumen sus horas en participar como protagonistas activos en la tradición milenaria y sujetos pasivos lúdicos los más.
Por unas horas el periodista se aleja del ruido y reflexiona sobre esa nueva especie social que ha irrumpido en estos años de crisis. Los “egoineptos”. A la sombra de tiempos difíciles en lo económico brotan como pústulas los desequilibrios sociales, de pensamiento, de compromiso por lo ajeno y de vacío existencial. Es, como si el yo tuviera que llenarse de sí mismo obviando a lo de alrededor para emerger a la luz desde las profundidades a los que se nos ha llevado en este naufragio del sistema en general.
Jamás el individualismo, tan sano como necesario para formarse y hacerse persona había alcanzado tales extremos de soledad. El hombre es per se un ser social y, sin embargo, la soledad es el mayor mal que hoy nos consume. Hablamos pero no decimos, oímos pero no escuchamos, hacemos pero para salvar el momento, cumplir el plazo, el objetivo, la prisa… Nuestra civilización cada vez más confortable, urbana, también nos encapsula más en nosotros mismos. Mi mujer, mi hijo, mi trabajo, mi casa, mi coche, mi, mi, mi… La posesión sustituye el ser por cuanto lo rellena de sentido. ¿Pero realmente tiene sentido tener sin ser?
Mis amigos y conocidos dice que soy de la Era de los dinosaurios por aquello de otorgar un valor extremo al nombre propio, a la palabra dada, al honor. Obviamente tienen parte de razón. Hoy en día nuestro mundo no se rige por esos criterios. La contabilidad lo somete todo al margen de beneficio tangencial que pueda resultar al final de cada jornada. ¡Al diablo si le dimos gato por liebre al cliente, al lector, al proovedor, al elector!
Y en ese contexto de egos llevamos al sumo la apariencia cobra una importancia inusitada. Parecer ser. No somos lo que parecemos, pero necesitamos disfrazarnos para triunfar en sociedad, en el negocio, en el amor. El tiempo, y sólo el tiempo, desmontará ladrillo por ladrillo esta estructura inhumana vital. Millonarios amargados, viudas tristes, enfermos con tratamiento vip a los que nadie recuerda o familias rotas por aquél negocio, herencia o discusión que, como heridas, nunca se cerraron y ahora es demasiado tarde.
¿Y la ineptitud? Si el ego lo tenemos suscintamente descrito como fiebre del hombre de hoy: más joven, mál alto, más guapo, más rico… Su capacidad se encuentra contemporáneamente cercenada como jamás estuvo. Tu currículum vitae tiene que estar tan completo y variado que parecieras merecedor del próximo premio Nobel. Todo fachada de nuevo. Universidades por doquier. Profesores de medio pelo. Centros de formación dirigidos bajo ratios de beneficios económicos y no de materia gris desarrollada. Abogados estrella, empresarios estrella, bancarios eficientes… Pero carentes de todo compromiso con sus semejantes: incumplen sus citas, siempre ocupados, siempre con agobios, agendas apretadas y compromisos personales olvidados si no reportan liquidez y sólo amor por la palabra dada, el trabajo bien hecho, defensa de una causa justa, amor al terruño…
Y los innobles, aquellos que su antepasado por suerte de lotería les favoreció aparentemente y ahora pretender prolongar su perdido estado oligárquico sin hacer ni dejar hacer a quien de buena fe quiere y puede. Esos vagos de falso pedigrí, ajados por su soberbia infinita son tan cobardes que nunca dan la cara cuando meten una y otra vez la pata.
Los egoineptos se multiplican. Pronto los reconocerás a tu lado. Hasta compartiréis gustos y creerás en ellos. Te recomiendo que te apartes cuanto antes de ellos o te vampirizarán tu juventud, tus ideas y hasta tus euros.