35 años del 23-F

Hoy se cumplen 35 años del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Toda una vida. Desde aquella fecha, España ha sufrido una enorme y positiva transformación. Hoy, somos un país absolutamente integrado en Europa, con una moneda única, sin fronteras, integrado en la OTAN y donde ya casi nadie se acuerda de que existe un ejército, salvo para enviar  a los soldados a misiones de solidaridad internacionales. 35 años después, el ejército ha dejado de ser la espada de Damocles sobre una titubeante democracia. Ya no existe riesgo de cuartelazo pese a otros graves problemas, como   por ejemplo, la amenaza independentista de Cataluña.

Hay un factor muy importante que ha propiciado este cambio: la desaparición de la banda terrorista ETA y de otros grupos significativos como el Grapo. Vencido el terrorismo, gracias a la reacción unánime de la sociedad española, el ejército se ha profesionalizado, se ha integrado en estructuras supranacionales y ha orientado su misión hacia misiones de emergencia y de asesoramiento o vigilancia internacional. Hoy, los cañones no miran hacia el interior y, quizás, tampoco hacia el exterior. La tecnología y la estrategia de disuasión han reemplazado a los viejos esquemas militares basados en números de divisiones, tanques, barcos o aviones. La integración en la OTAN es una garantía de defensa común, lo que ha favorecido la práctica desaparición de los clásicos enemigos externos. Hoy, el enemigo se ha transformado tanto como el propio ejército. La batalla ahora está contra el terrorismo exterior y no en frentes de batallas convencionales.

Hace 35 años, la UCD era como un azucarillo disolviéndose en un huracán. Meses después de la intentona del golpe de Tejero, Milláns y compañía, el PSOE ganaba las elecciones generales por una mayoría absoluta que la mantendría durante catorce años y dando paso a un cierto turnismo político en el Gobierno central, que nos consolidaba definitivamente como una democracia estable y como un país de corte europeo, occidental y moderno.

35 años después la única semejanza posible es la inestabilidad política. Si entonces era la UCD la que se disolvía para alumbrar un nuevo esquema de poder político, basado en el bipartidismo imperfecto; ahora, son los grandes partidos, PP (AP)-PSOE, consolidados tras la intentona golpista, los que corren el riesgo de disolverse ante el empuje de nuevos partidos como Podemos o Ciudadanos. Si aquella incertidumbre política se cerró con la mayoría absoluta del PSOE, 35 años después no se vislumbra una rápida solución a la formación de un gobierno estable tras las elecciones del último diciembre, ya que ninguno de los grandes partidos ha logrado el apoyo parlamentario necesario para construir una alternativa estable.

La ventaja actual sobre lo que sucedió hace 35 años es que no hay ninguna urgencia política derivada de una amenaza velada de un ejército golpista ni, mucho menos, de un terrorismo que amenace la propia estabilidad democrática.

Hoy los riesgos son otros y también muy peligrosos, como la tremenda y extendida corrupción política, el pasotismo social frente a una clase política poco ejemplar, los altos niveles de desempleo, la exclusión social y el crecimiento empobrecimiento y el riesgo de la ruptura de la unidad de España. Y a pesar de la peligrosidad de esos riesgos, el ejército se ha hecho invisible, centrado en su misión profesional y convertido en una de las pocas instituciones con credibilidad y alta reputación social. El 23-F ya sólo es historia. Afortunadamente.

 

 

 

 

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